Aquel deseo fuerte e incontrolable que ocupa un importante espacio en el corazón de ciertas personas, dominando la voluntad y subyugando el raciocinio, aun de las mentes más lúcidas y los cerebros más instruidos, arrastrando a los individuos hacia situaciones que en circunstancias normales rechazarían categóricamente, es la codicia o avaricia; una ambición desmedida por dinero, bienes y poder. Entre toda la creación, solo los humanos podemos ser presos de ella, y nuestra capacidad de resistirla o el blindaje que poseamos contra sus encantos será la balanza que pese nuestro valor y el rasero que mida nuestro nivel moral.
La ambición es como un veneno que viene en diversos envases, unos disimulados y otros obvios; su efecto narcotiza la conciencia produciendo autojustificación y cinismo. Quien cae en sus redes, ciega su entendimiento prostituyendo sus principios. Se puede ambicionar muchas cosas, algunas -incluso- inobjetablemente buenas, mas, cuando son desmedidas acerca de dinero, bienes, poder, privilegios, etc., pervierten nuestra alma, pues la ambición es consorte del egoísmo y madre de todos los males que aquejan a la humanidad.
La ambición se puede presentar de manera obvia y descarnada cuando se trabaja voluntariamente con la meta fija de lograr lo ambicionado a través de un plan determinado, o de manera sutil cuando se presenta la oportunidad sin planificación alguna, aprovechándola ante lo atractivo de ella y la debilidad de no poder resistirse; cualquiera sea la forma, es la misma bruja con diferente traje que hechiza a su víctima robando su corazón, pues como dice el evangelio de San Mateo: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Para ilustrar las consecuencias de la ambición, la Biblia nos presenta personajes como Guiezi (ciervo de Eliseo), Lot (sobrino de Abraham) y Judas Iscariote, quienes cosecharon amargamente el fruto de su codicia. Por ello el Maestro Jesús dijo en cierta ocasión: “Guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”.
Por su parte, el insigne escritor Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, nos aporta este hermoso pensamiento: “La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles; por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse”.