La primera fecha electoral de medio año en Argentina se cumplió el 13 de agosto con las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), dejando un incierto panorama político sobre el gobierno, con 20 meses de vigencia, prioritariamente, y, además, como forma de evaluación a qué se refieren cuando hablan de peronismo y de su modalidad predominante recientemente, el kirchnerismo. La segunda fecha importante será la del 22 de octubre en que se votará la renovación de un tercio del Senado y de 127 de los 257 diputados.
Si nos atenemos a lo escrito y leído en agosto pasado, la óptica del gobierno fue la de hacernos sentir que la alianza Cambiemos veía en las PASO un reconocimiento electoral: su interpretación, o la que indujo a transmitir por medio de la gran prensa, de que había ganado. Al repensar en cómo se operó aquella sucesión presidencial -haciendo a un lado los incidentes y anécdotas del acto mismo del 10 de diciembre- debemos señalar que se trató del singular advenimiento comicial de un gobierno popular-progresista sustituido por uno de extrema derecha en una región asediada por la prensa internacional y las burguesías empresariales, financieras y especulativas de Latinoamérica, expuesta a las ansias de dominio y de control del capitalismo dominante.
Si bien analistas consideran que el hecho ya había ocurrido en Chile, es difícil creer que en la posdictadura haya existido -aunque fuese en un pequeño rubro o siquiera matiz- algún gobierno progresista, por lo que en dicho cambio habido en países de la región considerando, incluso, la pérdida de apoyos a gobiernos progresistas-, lo de Argentina permite la posibilidad de análisis más profundo de las fuerzas políticas en pugna.
Ese examen deja ver la actividad de un gobierno promercado, que puede pasar a ser dominante en el subcontinente y lo convierta en desmovilizante de cualquier corriente de cambio, contrario a toda extensión de pretensiones democráticas, socialmente sensible a los reclamos de las grandes mayorías. El caso argentino, aunque haya sido consecuencia de comicios reñidos, intentará implantar una idealidad contraria a la orientación económica estatal y pública, acompañada por sus poleas de transmisión -las empresas de comunicación- que a los gritos de “pluralidad, apertura, libertad” conculcarán derechos y aplastarán reclamos, proclamando que es un cambio cultural.
Las respuestas de las clases subalternas ante las medidas de gobierno han sido disímiles y poco efectivas beneficiando al bloque en el poder. Alguien que no quiere al peronismo y mucho menos a la señora Kirchner, Jorge Fernando Díaz -que, además, escribe en un diario de la oligarquía- sin embargo, lanzó la advertencia: No subestimar a Cristina, a la que más adelante llama ‘Pasionaria de El Calafate’ y agrega: “El kirchnerismo no es inocente de las penurias actuales”. Asimismo, sostiene que “el problema es que la expresidenta tiene las virtudes de Terminator: cuando la dan por muerta, se levanta y sigue disparando, o vuelve del futuro para arrasar con sus enemigos”.
Queda en el tintero, para considerar, después de octubre, cómo se da el posicionamiento de las agrupación y organizaciones neokirchneristas, no agrupadas en el justicialismo. Se trata, al parecer, de una especie de peronismo por fuera de los partidos, al margen del Partido Justicialista. (O)