El poeta español José Agustín Goytisolo, en su poema El Lobito Bueno, relata la historia de unos corderos que maltrataban a un lobo bonachón. También dio vida a un príncipe malo, a una bruja hermosa y a un pirata honrado.
Esta historia, del mundo al revés, es una parodia del Ecuador de hoy. No es un mundo patas arriba. Las reglas éticas corresponden a un mundo al revés. Pobre de aquel que entre a jugar en el tablero político sin reconocer estas normas torcidas. En la mayoría de los casos, no sobrevivirá.
Si no, miremos a la función judicial. Un presidente de la Judicatura que nos toma por bobos a los ecuatorianos, con un vocal beodo haciendo piruetas matemáticas, destituyen con minoría al otro miembro y de esa manera administrar justicia relativa para los casos evidentes de corrupción.
Si no, observemos al Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), jugando al Sin que te rocen, su presidente intentó pasarse por sobre la ley y destituir a los miembros de la Corte Constitucional.
El esperpento del Consejo de Participación se quedará bajo el brazo con el sueño estéril de destitución de la Corte Constitucional y quién sabe si también con el proceso amañado para nombrar como contralor del estado a un personaje oscuro y viscoso.
Si aún quedan dudas, miremos al Consejo Nacional Electoral. Malgastó casi un millón de dólares organizando las elecciones de los ecuatorianos residentes en el exterior. Su titular, sin credibilidad, justificó lo injustificable. La firma consultora, quién sabe cómo fueron contratados ni cómo fueron elaborados los términos de referencia, hasta ahora seguirá siendo contratada para la segunda vuelta.
Los ciudadanos no vemos cuándo llegará el día en que se amarre al perro de la corrupción con una cadena fuerte. La corrupción y los corruptos tienen campo libre para actuar con licencia para delinquir.
Para la siguiente vuelta presidencial no hay certezas de que el sistema electoral gozará de transparencia y legitimidad. La mayoría de los ciudadanos han perdido la fe de que esto suceda. Pero quizá lo más grave es que nos hemos convertido en unas estatuas impotentes de sal que nos quedamos a mirar y dejamos que se lleven el país en carretilla. Acaso nos hemos convertido en unos verdaderos voyeristas que disfrutamos con la destrucción de un país.
No hay duda de que el Ecuador se ha convertido en un país en el que se amarran los perros rabiosos con longaniza...