APerón lo echaron de la presidencia argentina con golpe de Estado en 1955, asonada apoyada por menos de una mitad de la población. El resto -en verdad la mayoría- seguía leal a su mandatario constitucional.
La derecha nacional e internacional festejó. Festejo que le sirvió de poco: lo único logrado fue que ningún gobierno posterior se sostuviera en Argentina, dado que todos eran ilegítimos. El peronismo no murió con expulsarlo a la fuerza del gobierno; por el contrario, creció en la resistencia, y después de 17 años de desencuentros nacionales, Perón regresó triunfante en 1973.
Ojalá los golpistas de todas las latitudes aprendieran la lección, que costó no pocas vidas a la Argentina, además de dos décadas de inestabilidad permanente. ¿Cómo se le ocurre a la oposición venezolana que podría obtener por vía de un azar biológico lo que no puede obtener en las urnas? Un poco de recato y de paciencia histórica le sería sumamente útil.
El descaro de llamar a un paro cívico el día 10, pretendiendo arrebatar al gobierno elegido la conducción del país, es una monumental torpeza. El chavismo -no solo Chávez- ganó la elección presidencial por una ventaja aplastante hace menos de 100 días. Luego vinieron las votaciones estatales, con Chávez ya convaleciente en Cuba; el chavismo arrasó con 17 de 20 Estados.
No hay nada que discutir, la legitimidad del chavismo es por ahora aplastante, y ninguna argucia legal debiera llevar a la inconsciencia de que pretendan gobernar los que acaban de perder por amplio margen dos elecciones consecutivas. Pretender “gobernar a la fuerza”, apoyados en cuestiones de salud del presidente y dudosas interpretaciones del texto constitucional, no es sensato ni posible; la carencia de legitimidad consiguiente se cobraría conflictos prolongados, extremos e impredecibles.
La oposición venezolana debiera mostrar mayor respeto por la aquejada salud de su contrincante, y silenciarse para esperar su turno. Una eventual ausencia del presidente podría modificar a mediano plazo la composición política del país. Para entonces, las oposiciones podrían apostar a un cambio de gobierno por las vías institucionales normales. En cambio, acechar la enfermedad de Chávez es una modalidad semigolpista de pretender hacerse del poder, que no podría servirles ni siquiera si triunfasen.
Mientras, además, toda Latinoamérica está atenta. Y seguramente una ruptura institucional en Venezuela, por más disimulada que pretendiera hacerse, no tendría mejor resultado que el golpe de Estado “blando” contra el presidente Lugo en Paraguay, que ha llevado a esa nación al aislamiento y la condena internacional definidos y permanentes.