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El Telégrafo

Aprender a ser humano

13 de junio de 2012

Las fiestas cívicas y religiosas de estas semanas giran en torno a la familia: día de la madre, del niño, del padre, de la familia, de la Trinidad, de los Corazones de Jesús y María. Nos invitan a repensar la importancia de la familia que, en estos tiempos, está sufriendo fuertes tempestades.

En los últimos decenios, muchas cosas en cambiado con relación a la familia: la valoración del cuerpo y de la sexualidad, la dignidad y el rol de la mujer, la contracepción generalizada, las separaciones y los divorcios, las madres abandonadas… La inestabilidad de las familias repercuta en la inestabilidad de los hijos. Por otra parte, el comercio ha acaparado estas fiestas que se reducen muchas veces a regalos, comidas y borracheras. Con diferentes escándalos, la Iglesia tiene cada vez menos autoridad moral para proponer opciones de fidelidad, responsabilidad, fe viva y dimensión religiosa de toda la vida.

Todo esto nos obliga a ir a lo esencial: la vida es primero y es ella a la que hay que promover y defender. La familia es uno de los espacios privilegiados donde se cultiva la vida. La familia es la cuna de la vida en general: la vida personal, la vida familiar, la vida social. El mundo de los pobres ha sabido siempre conservar un fuerte sentido de la familia porque es el lugar que permite enfrentar las grandes dificultades de la vida: salud, desempleo, crisis conyugales, hijos abandonados…

La familia es el sueño del amor compartido y del pan repartido. Si lo olvidamos, vamos a pagar caras las consecuencias. Hoy en la familia los roles han cambiado y son distintos, pero su importancia queda. Cultivemos en nuestras familias la dignidad de cada persona, la responsabilidad que nos toca a cada una y cada uno, la repartición de las tareas, la escucha y el diálogo, la preocupación por los demás, la solidaridad con los que más necesitan, el descubrimiento y la celebración de la presencia de Dios…

Jesús eligió una familia humana para nacer, crecer, hacerse hombre hecho y derecho. Tenía familias donde hospedarse. Nos invitó a conformarnos en comunidades de familias solidarias. Soñó con formar con la humanidad la gran familia de Dios: es la utopía del Reino.

Todo esto no es más que aprender a ser más humano, individual y colectivamente, es decir desarrollar todas nuestras capacidades dormidas. El reto queda pendiente y nos toca a nosotras y nosotros, desde nuestras familias respectivas, hacer cada día un poquito más realidad. Más felicidad será el resultado de este crecimiento alcanzado.

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