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El Telégrafo
Mariana Velasco

Anunciar no es gobernar

25 de enero de 2023

Dicen los manuales, qué hasta la venganza, (si ese fuese el caso) debe hacerse con la mente fría. El presidente Guillermo Lasso, parece tener cierta impericia para la objetivación pura de un hecho o de una situación. Estos serán positivos si están asociados a su mundo de la primera persona; serán negativos –o al menos sospechosos, si provienen de los demás y - si no están coligados a ese mundo.

En ninguno de los casos se preocupa del hecho en sí, no lo focaliza; todo está librado al mundo de los opuestos. Y allí crea el espacio para los improntus lingüísticos confrontativos de la primera autoridad. Señor presidente, anunciar no es gobernar.

Lasso, me recuerda al Alan García de los años 80, quien vivía obsesionado por los anuncios. Muchos de su equipo cercano, llegaban con cierto temor a escuchar los discursos porque siempre contenían alguna sorpresa. Según dicen, el Alan del 2006 había cambiado. Era más maduro, más conservador, más neoliberal y sobre todo había aprendido a usar episodios de silencio, que permitía que los contendores principales, se desgastaran en un interminable enfrentamiento.

Basta revisar el uso cotidiano del lenguaje presidencial –aquel de las cadenas nacionales, entrevistas, incluso de las imprevistas declaraciones; hay dos personas gramaticales calificadas con prejuicios. La primera, en singular o plural (yo, mi esposa, mi gobierno, nosotros…), aparece mesiánicamente positiva. Frente a esa persona, la segunda (tú y usted) y la tercera (él, ellos) suelen ir signadas más bien por lo negativo. Todos parecen conspirar y en su lectura solamente hay una manera de ser patriota: ser como él.

La ambigüedad, la improvisación y la ausencia de operadores políticos en estos casi dos años, demuestran –a pesar de lo que opinan aún algunos analistas políticos- que su plan de trabajo, no fue producto de una convicción, sino de una simple opción estratégica.  ¿Lo fue sólo para alcanzar el poder o para mantenerse en él a costa de cualquier precio?

Es en este contexto general donde el presidente se apasiona y toma decisiones erradas que chocan con las facultades de otras funciones del Estado. Desde Davos, daba la orden: ’’ …qué la Policía los busque, los encuentre y los traiga a Ecuador’’. Ya en Quito, afirmó que hay que’’ traerle del cogote ‘’ (con relación a Duque, quien salió del país) ¿Desconocía que los ratones cuidaban el queso?

El atribuye a la primera persona gramatical (yo, nosotros) el signo de la lucha anticorrupción. Los que no sean aliados, devendrán –como es lógico- en corruptos

Como presidente, es su deber y derecho pedir aclaraciones, explicaciones, pruebas, sacar de sus cargos a funcionarios de libre remoción, entre otras. Es su obligación no entorpecer el trabajo de los operadores de justicia, (me refiero al caso privado de su cuñado) más allá del disgusto de la fe de bautismo ‘’Encuentro ‘’al operativo anticorrupción, que obliga al gobierno a un cambio de slogan.

Durante los ochos meses del segundo año de mandato, hemos constatado que el presidente, Guillermo Lasso, se encuentra en un acelerado proceso de dar rienda suelta al mal humor, enfados, euforia y descontentos qué, en el caso de un presidente no puede convertirlo en estilo ni traslucir en su forma de gobernar. Razón y mente fría deben primar.

Ejemplos hay muchos. Retornaba al país y ni siquiera esperó ingresar al salón Vip del aeropuerto donde dijo o le hicieron decir que demolerá la edificación del instituto de la policía, donde un oficial de esa entidad mató a su esposa. A través de los medios de comunicación, Patricio Carrillo se enteraba que dejaba de ser ministro del interior, dio plazo a los miembros de la cúpula policial para encontrar al prófugo Cáceres y más… A los cuatro meses, se repite la historia.

Es de temer el que tenga apenas un círculo del poder absolutamente dependiente y sumiso, que solo le acolita, lo cual es un grave peligro porque un primer mandatario debe tener alguien que específicamente le haga notar sus errores, no esperar solo malas consecuencias para rectificar.

En la otra orilla, la falta de claridad en las narrativas y estéticas en ciertos medios de comunicación-convencionales o digitales, han abierto brechas por donde- como diría García Márquez- se escapa el periodismo. El periodista tiene que diferenciarse de los decires de las redes sociales, de los ciudadanos indignados y de las intenciones proselitistas, sobre todo con respecto a la honestidad y la transparencia. Deben  asumir la obligación de establecer fronteras entre la información, el análisis, la opinión y los contenidos editoriales.

Bajo el pretexto del rating, me gusta, pauta, seguidores y más, no hay que ceder a reducir la agenda a temas episódicos e impactantes que buscan ganarle al elector -audiencia por nocaut -y cierra las posibilidades a los temas esenciales, con proyección de futuro, de discusión y construcción.

El periodista indistintamente de su rango, ante todo no debe olvidar que sin importar la distancia a la que se encuentre del poder, no es el poder y que su misión es hacerle siempre contrapeso.

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