El Ecuador vive una profunda crisis de representatividad que puede terminar generando consecuencias impredecibles. Dicha crisis ha venido dando varias luces, una de ellas es la creciente anulación de votos. En las elecciones seccionales del 2019 por ejemplo, el porcentaje de votos nulos para la elección de los miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social llegó al 23%, lo cual es alrededor de 10 puntos porcentuales más que el histórico. En las Prefecturas sucedió algo similar; provincias como Pichincha llegaron a un 19% de votos nulos, cuando la candidata ganadora obtuvo apenas un 22.16%.
El problema de legitimidad democrática no solo es evidente en las urnas. Según encuestas recientes, casi el 89% de los ecuatorianos no han decidido por quien votar, considerando que la confianza en los partidos y movimientos políticos solo llega al 5%. Es decir, de cada 100 de nosotros, solamente 5 tendrían algún tipo de confianza en las organizaciones encargadas de proponer a los representantes de la sociedad.
Estos datos son, por ponerlo de alguna forma, escalofriantes. Lo menos que se esperaría de los movimientos y partidos políticos es que, al tener un rol fundamental en la democracia representativa, busquen alternativas para mejorar. Pero en lugar de ello, la política se mantiene en la peor decadencia; los partidos políticos no se reinventan y se promueven sin planes técnicos de desarrollo.
Si hacemos una analogía con otro tipo de indicadores, los cuales guían nuestras decisiones para, por ejemplo, adquirir un producto o servicio ¿escogeríamos algo de una organización que tenga un indicador de apenas el 5% de confianza? Por supuesto que no. ¿Por qué entonces, en una de las decisiones más importantes que tenemos como ciudadanos, debemos terminar escogiendo de instituciones con niveles tan deprimentes de aprobación, y que no buscan mejorar?
A pesar de ser conscientes de este problema, preferimos resignarnos y crear narrativas de consuelo, como la eterna elección del “menos malo”, o el escoger un candidato solo para que no vuelvan los de antes. Así nunca elegiremos las mejores alternativas con estrategias evidentes de progreso. Con ese panorama, anular el voto se vuelve una opción que ronda la cabeza de muchos ecuatorianos, cansados del circo de los políticos, y sus partidos, que no demuestran ningún interés real en generar un cambio. (O)