La opinión transnacional está influenciada por entidades con agenda ideológica. Un ejemplo es la familia Koch que financia el Cato Institute promoviendo posturas de extrema derecha aparentando objetividad. Otras decenas de ejemplos siguen la misma táctica: financiar estudios clínicos o centros de opinión aparentando cientificidad. Por supuesto, esto también sucede al otro lado de la vereda; sin embargo, centros de pensamiento progresista no cuentan con el capital económico equivalente.
Estas iniciativas toman una forma muy concreta en nuestra cotidianidad: editorialistas, blogs, campañas en redes sociales, libros, oradores de eventos y una robusta presencia en radio y televisión, incluyendo medios alternativos. Países pequeños que no cuentan con infraestructura académica ni centros de pensamiento alternativo, regularmente se convierten en sujetos pasivos, consumiendo una opinión aparentemente hegemónica. La pregunta es obvia: ¿Cómo defenderse?
La estrategia más práctica es presionar para que se revele el financiamiento. Sin embargo, es necesario construir una guía más ambiciosa. Antes de consumir textos que aparenten objetividad sugiero realizar mínimo cinco tipos de preguntas: Primero: ¿Qué antecedentes tiene el autor? ¿Tiene estudios académicos en el campo? Segundo: ¿Quién financia el estudio? ¿Hay declaración de conflicto de intereses? Tercero: ¿Qué afiliación institucional tiene el autor? Cuarto: ¿El medio donde se publica es reconocido? ¿Tiene prestigio en su campo de acción? ¿Es una publicación estable en el tiempo? Quinto: ¿Cuán especializada es la bibliografía? ¿Cita fuentes reconocidas en el campo científico?
Por supuesto, estos filtros corren el riesgo de excluir buenas ideas sin auspicio institucional; sin embargo, en ambientes donde la conexión academia-sociedad es débil, el costo potencial es menor. Reconozco -además- que este es un intento en construcción; sin embargo, es más urgente promover un hábito que los latinoamericanos ejercemos poco: dudar de la opinión publicada. (O)