Hoy la tragedia de la pandemia es un campo de batalla para tantos desesperados en apropiarse del sufrimiento de las víctimas. Ni los centenares de fallecidos o cuerpos en las calles les importa. Es la carta que se juegan los miserables. Lo tienen todo ensamblado. Tras implantar la propagación del pánico después se victimizan. Su intención es dividir la escena entre correistas y anticorreistas. Esa es la mayor falsificación de la sociedad.
Los deudos y dolientes de esta tragedia, el personal de salud, de seguridad pública y del Estado, de aseo y más no miran las redes sociales. No les interesa eso. Quieren enterrar dignamente a sus muertos, quieren volver y proteger a sus vivos. ¿Quiénes tienen redes sociales? Pocos ciudadanos, además de periodistas, analistas y opinadores son los únicos que tienen y se interesan en las redes sociales. La disputa es con estos ecuatorianos, para sembrar la sensación de derrota moral frente a la pandemia. Fracturar este campo les resulta urgente.
Pero ambos actores entrados en disputa son irreales. Instalar en el imaginario de las personas la idea de una pelea entre dos sectores ficticios de la sociedad, les da vida política. Esta situación sensible es su caldo de cultivo. Sin anticorreismo no existe un correismo. ¿Qué es el anticorreismo? No es nada, no es nadie. Es parte de la fractura imaginaria que necesita imponer un grupo de cobardes apandillados para tener con quien discutir, redimirse y aparecer en la realidad.
Hay una crisis sanitaria mundial, los hospitales están desbordados, la gente muere en sus casas o en las aceras y hasta se desploma en medio de la nada en Guayaquil, pero a esta gente lo único que le importa es decir que la prensa miente. Que la prensa, que el gobierno, que la gente mienta es secundario para estos. Lo que buscan es mantenernos distraídos con peleas inútiles, que nos dividamos como ecuatorianos, que no juntemos esfuerzos y que seamos dos sociedades enfrentadas: correistas y anticorreistas. (O)