Mis padres, mis abuelos y nuestros mayores tanto Guayaquileños como ecuatorianos coincidirán en que, si retrocedemos más o menos 25 años en el tiempo y empezamos a recordar, cuando ocurría un hecho de alto interés nacional, sea, por ejemplo, que vaya en contra del bienestar colectivo, o de violencia, era prácticamente un hecho el pronunciamiento desde la Alcaldía, la Gobernación, la Intendencia y la Prefectura. Era normal que los principales de estas entidades públicas no solamente manifiesten su pensar, sino también el involucrarse, el apersonarse, el hacer espacio prioritario en su agenda para tal acontecimiento y ni delegar ni mucho menos ausentarse sino hasta cuando la situación se haya resuelto. No parece, es: ahí sí existían las instituciones.
Hoy por hoy, y dados los últimos acontecimientos en la ciudad de Guayaquil, básicamente dos: a) (en palabras de la periodista Nicolle Kalil, con lágrimas mientras estaba en una cobertura periodística) la inseguridad, la delincuencia, tal vez hasta el terror: “(…) hasta yo tengo miedo de hacer ahora mis coberturas; la semana pasada casi nos roban dos veces en menos de una hora (…) está invivible Guayaquil. Ya no sé qué les pasa a las autoridades ¿Qué esperan para que tengamos tranquilidad los guayaquileños? (…) me da bastante indignación tener que informar (…) todos los días lo mismo (…)”; y, b) los hechos de violencia (asesinatos a personas privadas de la libertad) ocurridos en la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil; el tercer suceso de horror en el año. La pregunta estilo “Quien quiere ser millonario”: ¿Existe la Alcaldía, la Prefectura, la Gobernación, la Intendencia?
Creo que interrogante anteriormente formulada se podría contestar de dos maneras: primero) escuchando a las personas: bastaría consultar al canillita, al taxista, a la dama o al caballero que vende sus productos en los mercados y plazas, y hasta a los jubilados, siendo posible que respondan: “parece que estamos solos, señor”; y segundo) leyendo lo que han esgrimido quienes representan a las entidades estatales en sus cuentas de red social, y los comentarios de los usuarios, pudiendo decir: o están “en sus asuntos”, o “de viaje”, o implícitamente lo dicen con su silencio “no es de mi competencia”.
Coincido con mi familia y nuestros mayores: el liderazgo, no necesariamente se necesita nacer con ese rasgo para serlo en la vida; pero sí se necesita tener decisión, voluntad y carácter para “hacer lo que se debe, pero también lo que se puede”. Es sumamente triste que, ante la tempestad que vive la bella ciudad de Guayaquil nuestras actuales autoridades aún les cueste alcanzar ese estilo de liderazgo de, por citar: Don León Febres-Cordero Rivadeneira, de Don Jaime Nebot Saadi (duró en el cargo todo un periodo presidencial de 4 años), de Don Miguel Salem Dibo, de Don Ernesto Jouvín Cisneros, de Don Abdalá Bucaram Ortiz (0 actos de corrupción en su ejercicio público), de Don Guido Chiriboga Parra, y (no teniendo en cuenta aquellas situaciones que se ventilan en el aparato judicial) de Don Rafael Correa Delgado. Debo ser enfático: fijémonos exclusivamente en su estilo de liderazgo, nada más. De hecho, recuerdo tanto el respeto que emanaba tan solo mencionar el nombre de Don Abdalá en la Intendencia; o lo que la ciudadanía decía cuando se mencionaba el apellido Nebot o Correa: son líderes, al punto que ellos mismos lo reconocían uno del otro.
Estimada lectora o lector, solicitando se libere de apasionamientos, y se ubique la mano en el corazón para que pueda contestar la siguiente pregunta: Si hay autoridades que dirigen los destinos de la Alcaldía, la Gobernación, la Intendencia, la Jefatura Política, la Prefectura, ¿Cree usted que si nuestras actuales autoridades pudieran desarrollar y adoptar el estilo de liderazgo de nuestras ex autoridades, las instituciones podrían tener respuesta proactiva ante los hechos que azotan a la ciudadanía? La respuesta, estoy casi seguro, de que sería un sí rotundo.
Muy triste lo que está ocurriendo en nuestra ciudad y que nuestras autoridades hoy en día, sin duda alguna capaces en otros espacios, hoy se vean impedidas de actuar por su estilo de liderazgo desarrollado, hasta ahora. Pero no todo está perdido, es posible que estas modestas líneas sean para ellas y ellos una especie de “despertar” y puedan enrumbar su estilo de liderazgo, no tanto por ellos sino por el bien de la ciudad y del país. Los necesitamos.
El consuelo, de ellas y ellos no enmendar en su proceder: prepararnos para cuando, si Dios nos ubica en el sendero de asumir un determinado reto público, decir sin miedo y con seguridad: sí, y hacerlo como se debió hacerlo hoy.