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El Telégrafo
Iván Rodrigo Mendizábal articulista

“Anora”, la violencia de la inmadurez

25 de enero de 2025

La reciente ganadora del Cannes 2024, “Anora” de Sean Barker, nos lleva a mundos que parecen impensados: los jóvenes de diferentes culturas que creen liberarse de sus ataduras sociales; en un caso, el hombre, de la familia; en el otro, relativo a una mujer, de la red de prostitución a la que está atada. El uno tiene que ver con un joven rico ruso que habría llegado a estudiar en los Estados Unidos, pero prefiere dilapidar su tiempo y fortuna porque no le interesa en lo más mínimo su futuro; y la otra, una joven mayor que gana fácilmente dinero siendo stripper, sin más futuro que lo que le depara el camino del día.

“Anora” pone en tensión dos tipos de mundos: el del rico desprovisto de toda moralidad y el de quienes sobreviven complaciendo a diversidad de gentes en el contexto de la prostitución. La cuestión de fondo, en efecto, es eso que en realidad es un marco fundamental de la postmodernidad: la incapacidad de pensarse en futuro.

En efecto, la película nos lleva a preguntarnos de pronto por el surgimiento de grupos sociales, familias, esta vez procedentes de Rusia o de algún lugar de Oriente, cuyo capital financiero les permite, sin miramiento alguno, entrar a los vericuetos de la modernidad contemporánea al punto de subvertirla. Vanya (o Iván) Zakharov es el rostro de ese otro tipo de sociedades que se anclan silenciosamente en el corazón de Occidente y restriegan el dinero en la cara de quien sea. Él va a ser una especie de brujo o demiurgo que va a despertar el deseo de salir de una condición esclavizante de la stripper Anora “Ani” Mikheeva, si bien norteamericana, pero de raíces también orientales.

El hecho es que estamos ante un contexto de apariencias donde el sexo va a ser el motor de las relaciones, gracias al cual ambos personajes se van a encontrar y pretenderán vivir una especie de vida utópica o una especie de cuento de hadas donde finalmente Anora terminará cediendo a un matrimonio que en el fondo no es más que de conveniencia: el objetivo es conseguir la tarjeta verde estadounidense, tarjeta que le permitirá vivir a Vanya supuestamente libre de sus padres.

La cuestión en juego, en este marco, es la banalidad del dinero que lo puede comprar todo, desde cosas hasta deseos. Los nuevos ricos pareciera que lo hacen florecer de la nada y sus hijos, hacerlos circular y evaporar con la misma facilidad de vivir la vida sin control. Algo que llama la atención y que la película lo representa de forma eficaz mediante la puesta en escena, el montaje y el ritmo producido, es el frenesí de un modo de vida amoral, sin objetivos.

Este frenesí está abocado a mostrar la vacuidad o la insignificancia de vivir. Barker pone en evidencia ese postulado muy común hoy en día entre la juventud: el de vivir el momento porque no existe un mañana o, si se quiere, la idea de futuro no está presente en su ideario. Es por ello que Anora, un tanto más madura que Vanya, en el momento en que este le pide matrimonio (incluso a sabiendas de que lo que han estado viviendo desenfrenadamente ha sido apenas unos pocos días), cede ante la perspectiva de un reacomodo de su vida fútil, atada al submundo que explota a la mujer vendiendo su sexo al mejor postor.

“Anora” es un filme que pone en cuestionamiento las relaciones humanas y sociales, primero entre jóvenes, y luego en lo intercultural. Mientras presenciamos el frenesí de un tipo de vida al minuto en la primera parte, en la segunda, este frenesí se vuelve crítico, en tanto Anora tratará de saber por qué al final ha sido conducida al engaño. Por un lado, el frenesí inicial dado por el montaje y la música, además, la representación de las relaciones sociales ocultará la violencia que está implícita, violencia de la propia explotación social que para los protagonistas parece presentarse como edulcorada.

Esto va a cambiar inmediatamente cuando el ritmo frenético se trastoca en otro ritmo, el de la propia violencia entre personas, entre socialidades, cuando se descubre que todo ha sido producido por la inmadurez del muchacho; de hecho, el escapar de la autoridad de su madre supone querer esconderse en los senos de alguna otra mujer distinta que, en el caso de Vanya, no es más que el deseo de otra madre, esta vez sumisa y condescendiente. ¿Qué es lo que patentiza Barker? En el mundo de la realidad cotidiana que se parece a los cuentos de hadas, la mujer, la cenicienta, no es más que un objeto. Por ello, el giro que ofrece pronto la película, cuando Anora rompe a llorar porque, consciente de su objetualidad, su ser ha sido anulado, hecho que comprueba algo peor: que la vida fútil de la juventud contemporánea no es más que una vida en la que incluso el amor ha terminado siendo una mera ilusión o un delirio vaciado de sentido.

El resultado: “Anora” corrobora que, en la sociedad capitalista actual, el amor es apenas una palabra insustancial. Dura comprobación que el director plantea al espectador como si quisiera encarar a su conciencia. De este modo, esta película se plantea testimonial respecto de una generación sin esperanza.

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