La anocracia es un sistema de gobierno ambiguo. Fluctúa entre posiciones autoritaristas y pseudodemocráticas, que incluye cambios abruptos en el liderazgo y la agenda política del partido o movimiento de gobierno.
Esto puede desembocar en la constitución de regímenes de alta incertidumbre social que funcionan a partir de reglas democráticas, pero en un contexto de debilidad institucional extrema que intenta corregirse a través de una gobernanza despótica, lo que a su vez genera algunas taras como: la cleptocracia (el manejo del poder basado en el robo), el nepotismo (el privilegio de familias y familiares en cargos públicos -de libre remoción-) y el clientelismo (la tendencia a favorecer a determinados grupos políticos y sociales sin una clara explicación de sus razones, pero con el objetivo de ampliar el apoyo o respaldo de estos beneficiarios al gobierno), lo que genera redes para el manejo monopólico del poder y que, en consecuencia, el Estado se convierta en un botín político electoral, impidiendo que se generen diálogos y consensos abiertos y democráticos entre contrarios, y menos la continuidad en lo que deberían ser las políticas de Estado, sino que predomine la imposición, la manipulación, o la invalidación de los opositores dentro de atmósferas semidemocráticas.
Muchos analistas ven en los sistemas anocráticos una suerte de sistemas funcionales a los denominados regímenes pretorianos, donde ciertos estamentos de poder como el militar, podrían acrecentar su influencia política interna debido a la supuesta cercanía de probables estallidos sociales y la pérdida del ordenamiento instituido, devenidos del rechazo generalizado a un régimen inepto y corrupto. Si bien el pretorianismo fue un término originalmente ligado a la influencia política interna de la fuerza militar en un país, la anocracia que no necesariamente usa de manera recurrente la intimidación, puede igualmente ser funcional para producir una ampliación de beneficios políticos en otros ámbitos de poder, como el económico, un efecto acariciado por el neoliberalismo.
En definitiva, la anocracia no es democracia, pero podría ser el eufemismo para denominar a pseudodemocracias con “gobiernos de mierda” (Pinker, S. (2012). Los ángeles que llevamos dentro. Paidós.) (O)