El hombre es lo que sus condiciones le dictan. Los conceptos, entendimientos e interpretaciones están moldeados por las circunstancias de su existencia material y figurada. En este sentido, es riesgoso formalizar realidades históricas que homogeneizan tiempos y contextos. Los individuos no seguimos modelos estándar prediseñados en laboratorios conceptuales.
Las relaciones objetivas están –necesariamente– afectadas por interacciones subjetivas.
La izquierda latinoamericana atraviesa un momento crítico. Hay un facilismo histriónico que asume este intervalo como una tendencia homogénea y pendular. Sin embargo, es necesario historificar particularidades que permitan entender errores comunes, yerros exclusivos, agendas conservadoras coordinadas y oposiciones reaccionarias contextuales. Este es el ingrediente principal de una reconstrucción responsable. Por supuesto, es más fácil ignorar errores, alabarse y repetir una oxidada agenda de ya cuarenta años.
La especificidad es la que permite mejorar la lectura del presente. Hoy, la izquierda latinoamericana ve en la lejanía dos figuras confusas en el horizonte. López Obrador llega a la presidencia luego de una larga carrera política que lo perfiló como el “anti-establishment”. Sin embargo, todo estudioso matiza su supuesto progresismo con las alianzas evangelistas y su discurso aletargado.
Por otra parte, aparece Alexandria Ocasio-Cortez, una fresca figura de izquierda anglosajona que acaba de ganar las primarias en Nueva York. Su discurso, todavía naciente, ha despertado durísimas críticas en el conservadurismo y en la izquierda acomodada. Señal obvia de su promisorio futuro.
La génesis asimétrica de estos personajes demuestra que la izquierda se debe a la heterogeneidad. Las nuevas generaciones deben asimilar errores, entender su contexto y comprender –sobre todo– que la producción de nuevo pensamiento debe evitar los errores más graves del pasado: la homogeneización y el bloqueo de la participación dispersa y diversa. (O)