La elección del nuevo Papa ha causado una gran sorpresa en toda América Latina. No hay duda de que la elección de un Papa latinoamericano es significativa en un tiempo de profundas transformaciones y que anima a tener esperanza, fe, etc., porque da fuerza a la idea, sensación y evidencias de que América Latina no volverá a ser la de antes. Sin embargo, esta emotiva esperanza de un Papa latinoamericano no puede separarse del carácter histórico del rol que la Iglesia Católica ha tenido desde México hasta la Argentina. Más aún cuando de esa Iglesia se levantaron voces por una iglesia comprometida con los pobres, una iglesia que actúe a favor de la liberación del ser humano.
Recordemos ese gran tributo de América Latina al mundo: la Teología de la Liberación, la cual vio el rostro de Jesús en el rostro de los oprimidos. Una iglesia comprometida con su tiempo, con su gente y defendiendo la vida. Esa Iglesia Liberadora fue la que, también, se confrontó con los regímenes dictatoriales civiles y militares, donde el neoliberalismo buscó imponerse por las buenas o por las malas con el apoyo de cierto clero conservador.
Claro que hay esperanza y demanda que el nuevo Papa se ponga de lado de los más necesitados, y que no sean simplemente consolados mientras el capital-capitalismo los explota salvajemente. Si se exige pragmatismo y un profundo realismo histórico no podemos ser acríticos con lo sucedido. El premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel, ha declarado: “No considero que Jorge Bergoglio haya sido cómplice de la dictadura, pero creo que le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles” (14/03/2013, Infonews.com). Y estas palabras de Esquivel -buen amigo de Leonidas Proaño- deben tenerse
en cuenta, más aún cuando en estos tiempos se debe tener mucho coraje para transformar la región frente a un capitalismo irracional. Entonces, el ánimo y la esperanza no deben cegarnos por entusiasmos inmediatistas y por un “latinoamericanismo” que aún debe explicarse qué mismo es y hacia dónde va. Y si de coraje se trata las propias palabras de Esquivel al Papa Francisco, lo son: que “tenga el coraje para defender los derechos de los pueblos frente a los poderosos, sin repetir los graves errores, y también pecados, que tuvo la Iglesia” Por tanto, hay que dar una oportunidad al futuro con una confianza que no raye en la ingenuidad; no vaya a ser que estemos frente al nuevo ariete para contener, usando la fe de una región fundamentalmente católica, las transformaciones radicales que los pueblos latinoamericanos exigen.
Sea lo que sea, nada es mera coincidencia en la lucha política e ideológica y, más aún, cuando se busca la liberación de toda forma de tiranías que en los tiempos actuales tienen sus rostros en las oligarquías mediáticas privadas, nacionales e internacionales. Veamos si Francisco, ¡ahora sí tiene el coraje!