A menudo la crudeza y contundencia de los hechos confirma la evidente pequeñez de la especie humana, así como de las instituciones que ha creado, como el Estado, que es superado con frecuencia por problemas capaces de poner en riesgo la existencia en el planeta.
El dantesco flagelo que arrasa con cientos de miles de hectáreas de selva tropical de Brasil, y otros países, demuestra que afrontamos grandes riesgos, muchas veces gracias a la capacidad destructiva del propio ser humano, pues expertos señalan que una de las principales causas de los incendios es la deforestación agresiva, producto de inapropiada y muchas veces corrupta gestión pública ambiental.
Todo está conectado en el planeta, de tal modo que los recientes incendios que destruyen la Amazonía también agravan el cambio climático. Si bien esta tragedia ocurre en Sudamérica, las consecuencias tienen alcance planetario; desnuda la falta de respuesta idónea y oportuna desde los Estados nacionales; en el fondo, demuestra una realidad más descarnada, que en general, no estamos listos para afrontarla, pues sin perjuicio de contar con alguna política y normativa parcialmente acertadas, carecemos de medios tecnológicos y económicos para actuar con eficacia.
La selva ecuatoriana ocupa aproximadamente 116.000 kilómetros cuadrados, cerca del 45 por ciento del territorio, contiene biodiversidad exclusiva en el orbe, incluso alberga a pueblos no contactados; es a la vez pulmón y surtidor de agua irremplazables.
¿Estamos preparados para enfrentar una eventual catástrofe ambiental por flagelos en nuestra Amazonía? Todo indica que la respuesta es negativa, por lo que debemos prepararnos para emergencias similares, esto implica, primordialmente, diseñar estrategias de cooperación con otros países, perfeccionar políticas y regulaciones, incorporar tecnología para monitoreo y control satelital, educar y concientizar acerca de la necesidad de preservar el ecosistema, para que no se queme la vida. (O)