Un amigo que fue despedido de cierta empresa multinacional, hace pocos días me comentaba que los directivos locales -al no poder imputarle falta alguna- argumentaron en su contra presuntas actitudes que habrían demostrado no “amar” a dicha institución. Hoy la empresa ha cerrado sus operaciones en el Ecuador y quienes la dirigían y reclamaban la falta de afecto hacia ella están desempleados, y mi amigo –afortunadamente- tiene un empleo.
No resulta extraño escuchar sobre estas solicitudes de “amor” en otras entidades como las escuelas, colegios y universidades, en los clubes sociales y deportivos, y en los diversos gremios, entre otros, instando a sus miembros a “amar” al organismo, con el sólo interés de lograr su fidelidad y apoyo, dejando poco espacio a una buena razón, pues estos pretendidos afectos generalmente no son retribuidos por la entidad que, cuando no le es útil el sujeto, lo despide, pues sólo le importan sus objetivos materiales y el lucro.
Sin embargo, esta costumbre de “amar a su institución” está tan arraigada que casi todos la consideran no sólo normal sino hasta loable. Pero, ¿por qué somos los humanos adictos a este tipo de comportamientos alienantes? Parece que la falta de verdaderos amores y de profundos objetivos de vida nos impulsan a buscar dónde depositar nuestros afectos, eligiendo elementos extraños que siempre los oportunistas capitalizan en su beneficio.
Calma, no estoy incitando a la irresponsabilidad, deslealtad o el egoísmo, sino a no ser “tontos enamorados” de lo que no nos pertenece ni le interesamos, pues ninguno de los entes nombrados líneas arriba está preocupado en otra cosa que no sea aprovechar el “amor” de sus seguidores para capitalizarlo económicamente en poder.
Para algunas personas, detenerse a reflexionar sobre esto puede resultar incómodo, pues están muy acostumbradas y a gusto viviendo apegadas a ideas y cosas que, si se las quitasen, sentirían la carencia y hasta podrían hundirse en la depresión; para ellas, mejor es seguir la corriente y no pensar con mucha profundidad, ni conjeturar las cosas, ni hacer juicios de valor, sino “amar” todo lo que se les cruce en el camino aferrándose psicológicamente a las sombras, a falta de tener una roca firme. Esto explicaría la tenencia de un equipo favorito, un artista preferido, un ídolo político y hasta un santo predilecto. No olvidemos que no puede existir un aprovechador sino alguien que lo permita.