La palabra “alien” tuvo antes un uso y significado en el contexto norteamericano. De hecho, cuando uno ve algunos carnets, certificados o cédulas conferidos a extranjeros que se asentaban en territorio estadounidense, dicha voz estaba inscrita en los documentos. El “alien”, forastero o, mejor dicho, extranjero, era aquel que ingresaba al territorio de los Estados Unidos.
¿Por qué este término resurge en el contexto del cine? La primera producción, “Alien, el octavo pasajero” de Ridley Scott, apareció en 1979. Curiosamente, era el momento en que en Estados Unidos se puso de nuevo en el tapete de discusión el rol de los inmigrantes indocumentados que se introducían a dicho país. La palabra “alien”, ya empleada por la legislación migratoria desde 1790, evidenciaba la diferencia social y política del inmigrante, alguien considerado no ciudadano. La película de Scott entonces, más allá de ser un ejemplo del cine de ciencia ficción con el ingrediente del terror, popularizaba el término metafóricamente. Las secuelas del filme se encargaron de exponer y desviar pronto las intenciones sociopolíticas encubiertas en la trama de Scott.
Es así como “alien” pasó de nominar al extranjero o forastero indocumentado, al extraterrestre. El sentimiento acerca de la existencia de seres de otros planetas rondaba más allá de las películas de ciencia ficción y los programas militares del propio gobierno norteamericano. “Alien” dejó de ser un término amplio, al punto que con la globalización su carga connotativa se tornó negativa. Joe Biden recientemente ha planteado la eliminación de tal palabra de las políticas migratorias por discriminatoria y deshumanizante.
“Alien, el octavo pasajero” de Scott, sin embargo, es singular. Este director norteamericano, que tiene una larga trayectoria en un tipo de cine que, podríamos decir, se caracteriza por deconstruir el pensamiento y el sistema imperialista de su país, expone, en efecto, que la existencia de otros seres, llámense migrantes o extraterrestres, sí podrían ser una amenaza a un sistema organizado, cuasimilitar, gracias a sus comportamientos. Recordemos que en la película un grupo de marines regresa a la Tierra en la nave Nostromo; la computadora Madre cambia el rumbo para investigar señales de auxilio en una remota región del espacio exterior. Lo demás supone el encuentro con unas entidades espantosas, cuya forma de colonización es por huevos y luego introduciéndose en los cuerpos de quienes atrapa, al punto de emerger, como si fueran bebés monstruosos. Nostromo alude, en términos etimológicos, a “nuestro amo”, un barco, una nave, que bien también se podría aludir a “nuestra tierra” y “Madre”, naturalmente, a quien da vida. En síntesis, si los alienígenas monstruosos se internan a la tierra propia, tendría que ser para reemplazar a la Madre, por otra, dada su inteligencia “otra”.
“Alien Romulus” (2024), dirigida por el uruguayo Federico Álvarez, es una película que recoge mucho del original “Alien, el octavo pasajero”. Además, tiene la venia de Ridley Scott, el cual es el productor. En la nueva versión, son jóvenes de diferentes nacionalidades, dedicados a la extracción minera, unos tratando de buscar mejores destinos, dado que la vida terrestre se ha deteriorado, los que pronto aterrizan en una estación de nombre Renacimiento, el cual está dividido en dos partes, Rómulo y Remo.
Si es que hay algo que une a “Alien, el octavo pasajero” con “Alien Romulus” es que parte de la Nostromo está en Renacimiento y, con ello, un cyborg semidestruido, la computadora Madre, pero además los rastros de un experimento con una sustancia para crear seres capaces de resistir y trabajar en otras densidades atmosféricas o planetas, todo ello reminiscencia de las películas de la saga “Alien”.
Lo que importa resaltar de todo lo dicho es que Rómulo remite a una de las figuras míticas que, bebiendo la leche de una loba, junto con su hermano Remo, dieron origen al imperio romano. Rómulo, se sabe, es el fundador de una cultura y de un sistema de gobierno. ¿Qué pasaría si, en territorio norteamericano, el extranjero que se nutre realmente de la cultura de dicho país, la refunda, transformándola? Esta pregunta es la que podría estar detrás de la parafernalia de luces, de ruido, de monstruos acechantes. Álvarez es un director que bien sabe hacer cine de terror; en este caso, añade el ingrediente gótico: lo que aterra la conciencia imperial es su mutación por efecto de sus propias políticas prohibitivas y la experimentación con los trabajadores extranjeros que a destajo creen en el sueño americano.
La película “Alien Romulus” sí muestra a un capitalismo descarnado donde el joven es ahora el sacrificado; además está una nave-sistema que se ha salido de control; en su seno están los alienígenas xenomorfos, hostiles y terribles en su propia esencia. Pero hay algo más: una joven embarazada está entre la tripulación; ella es atrapada por un xenomorfo y, gracias a la sustancia experimental, procrea a un ser semihumano monstruoso. Digamos, en este contexto: a Scott-Álvarez parece preocuparles la maternidad monstruosa: los no-ciudadanos (“aliens”) que han penetrado la nación norteamericana, de hecho, estarían procreando seres que cultural y políticamente transfiguran lo que hasta ahora es tal nación. ¿Quiénes podrán dar solución a este hecho? De pronto, caemos en cuenta que tras la nueva saga estaría Disney (que habría comprado la distribuidora 20th Century Fox). Y más allá de ello, ¿la interculturalidad puede engendrar monstruos?