El “califato” del llamado Estado Islámico (EI) ha sido desarticulado y su líder, Abu Bakr al Bagdadi, murió hace dos semanas, pero la ideología del odio perdura y sigue siendo peligrosa.
Esto se confirmó una vez más en estos días en el estado federado alemán de Hesse: allí arrestaron a tres presuntos terroristas, que se estaban preparando para perpetrar atentados en nombre del EI.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, utiliza la preocupación justificada ante el EI. Erdogan amenaza abiertamente con enviar terroristas a través de la frontera, en respuesta a las sanciones planeadas por la UE por las perforaciones de gas de Turquía frente a las costas de Chipre.
De hecho, Turquía ya ha comenzado con deportaciones en las cárceles turcas. También hacia Alemania. Las próximas estaban programadas para ayer y hoy.
Hace 10 días, el ministro del Interior turco, Süleiman Soylu, dijo que Turquía “no era un hotel para terroristas”. Ahora sus amenazas se hacen realidad y Alemania parece no estar preparada para ello.
Está claro que los prisioneros del EI se han radicalizado en Alemania. Ese país es, por tanto, responsable de estas personas y debe llevarlas ante los tribunales por sus crímenes. Los niños, más de 100, no son responsables de los actos de sus padres. Necesitan cuidados intensivos y posiblemente deben ser desradicalizados. Todo esto es difícil, pero no imposible.
Además, cientos de retornados del EI ya están viviendo en Alemania: aquellos que regresaron silenciosamente a Alemania antes del colapso del EI. Muchos fueron arrestados, algunos fueron juzgados, muchos están siendo vigilados por las autoridades de seguridad. No supuso una catástrofe.
En resumen: un retorno ordenado bajo la mirada de las autoridades de seguridad siempre es mejor que dejar que simplemente las cosas tomen su propio rumbo.
Turquía acaba de frustrar la esperanza secreta de que el problema de estas personas, que nadie quiere, se solucione mirando hacia otro lado. (O)
*Tomado de la DW