Pensadores ecuatorianos de talla como Bolívar Echeverría y Alejandro Moreano han señalado que las claves esenciales de la identidad latinoamericana y su relación con la Modernidad y Posmodernidad, se encuentran en el barroco y el neobarroco. Es en esta voluntad de forma donde se halla el secreto de nuestra cultura y sociedad, que en un largo tiempo histórico ha retorcido a su manera el proyecto exógeno.
De acuerdo a estos pensadores, el ethos barroco no es solo una expresión estética y espiritual, sino un modo de recreación y resistencia a la modernidad capitalista, un proyecto de rehacer a Europa, una manera de negarse a aceptar la realidad impuesta desde afuera como si fuera un calco o clon, respondiendo a ello con la teatralización, el artificio, la metáfora de aquella, y buscando la “organización propia del ciclo productivo y de la riqueza social” (Bolívar Echeverría).
América Latina ha sido hasta ahora barroca por voluntad propia. Este ethos barroco apasionado actúa también en la vida cotidiana, falsificando la Modernidad, para sostener el valor de uso de las cosas y evitar el triunfo total del valor de cambio o la mercantilización. Por ello, para Bolívar Echeverría el modo barroco de vivir no debe ser visto como un fracaso, sino como algo que “es así porque pretende ser así”.
Pero el ethos barroco o esa voluntad de forma y resistencia a la Modernidad ha entrado en crisis, porque la propia Modernidad lo está, puesto que quizás se encuentra agonizando en el mismo instante en que alumbra otro tiempo, que trae consigo un poshumanismo y un nuevo sistema mundial de reproducción social, especie de “ser híbrido entre lo humano y lo cibernético” que, según Luz Ángela Martínez, quiebra la manera como la sociedad se comprendía a sí misma. En este nuevo tiempo que nace triunfante, avanza el valor de cambio y se impone la mercantilización de toda la existencia.
Frente al híbrido naciente, reacciona el delirio neobarroco que, según Alejandro Moreano, consiste en el “incremento de la velocidad, la expansión del capital y la escisión entre valor de uso y valor de cambio”, porque la posmodernidad ha logrado integrar el goce a la vida económica. Entonces, en superficies sin espesor alguno, el mercado gira como un gran carrusel despojando al hombre de su subjetividad, haciendo trizas el edificio psicoanalítico y canalizando todo “hacia una suerte de euforia de videoclip que chisporrotea en el ambiente psicodélico”. Pero en el fluir del neobarroco, el antiguo principio sigue vivo, “la representación sustituye lo representado, el signo a la cosa, la vivencia virtual a la real”, toda la representación cobra autonomía y se vuelve ajena al mundo objetivo, repitiéndose velozmente a sí mismo. La imagen circula, rota, fluye y el mundo aparece convertido en un pastiche cibernético y virtual, mientras queda roto el acto comunicativo. Todo es fantástico y no real y se desvanece la relación entre el trabajo y la cosa producida.
Vale la pena no solo leer, sino releer a Alejandro Moreano, una de las figuras más representativas del ensayo y el pensamiento crítico ecuatoriano y latinoamericano. Este es un tributo atrevido y limitado, que ha buscado hacer una síntesis de su reflexión sobre el barroco y el neobarroco (Pensamiento crítico literario de Alejandro Moreano. La literatura como matriz de cultura. Tomo I) en dúo con su igual, Bolívar Echeverría. (O)