Siempre estaba con una sonrisa bajo el brazo y con una broma a flor de labios. Era su signo y su identidad. Siempre abierto a conversar, incluso el silencio se transformaba en una broma o en una sonora carcajada. No importa que fuera repetida y recurrente. Con su blanca cabellera y su porte de jugador de rugby. Así, cercano y querido, lo recordamos. Y recordaremos siempre.
A Alejandro Velasco (Riobamba, 1956-Guayaquil, 2017) lo conocí, nos conocimos, en el taller de Miguel Donoso Pareja. Llevaba el pelo largo, ensortijado -a lo afro- y bigotes. Es más, los dos llevábamos bigotes. Y desde el primer momento destacó porque -a diferencia de algunos de nosotros- era abierto y dicharachero. Además, en ese momento estudiaba teatro y -quizá por ello- siempre estaba como metido en una obra permanente. Escribía relatos y poesía, aunque en el taller se decantó por la narrativa.
Publicó en el Libro de Posta, la narrativa actual en Ecuador (El Conejo, 1983) que acogía a los primeros textos narrativos de los talleres junto a, entre otros, a Galo Galarza, Denis Rosales, René Jurado, Luisa Rodríguez, Gustavo Garzón, Ernesto Torres, Israel Pérez, Alfredo Noriega. En este libro publicó dos textos: ‘Los asesinos impalpables’ y ‘Óxido’, como algunos empezaron a llamarlo.
Nuestra relación fue siempre cercana, aunque intermitente. Luego nos juntamos en Eskéletra, ya que fue parte de dos antologías: En busca del cuento perdido y Toros en el corazón, que recogían los textos del grupo Eskéletra. Después se publicó su libro de poesía Gesto Mate (1995), dedicado a sus mujeres que tanto amó; Candela, Cristina, Sayana, Jazmín, y Démian, claro: “El verso gotea, cae sin asentar los pies y deja todo como si el porvenir fuera un definitivo habitante del alba. Es un poemario que alivia, que mata como si nos naciera”, escribió Huilo en la contraportada.
Inmediatamente después disfrutamos al máximo en un proyecto innovador en aquellos años sombríos del Quito pacato y mojigato: la revista Mango, las palabras de la piel. Alejandro fue el primer director y juntó a un grupo importante de colaboradores: Pedro Saad, Abdón Ubidia, Iván Oñate, Fernando Artieda, Humberto Vinueza, Miguel Donoso, entre otros. Juntar erotismo y poesía era la clave, junto a fotografías -pioneras, en ese momento- de desnudos de mujeres ecuatorianas: “La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal”.
Alejandro, con su voz de locutor antiguo, siempre estaba predispuesto para animar cualquier velada artística. Nunca decía no. Siempre solidario y profundamente humano. Luego, estableció una relación profunda con el pintor Oswaldo Guayasamín, ya que escribió los textos de varios de sus libros: El tiempo que me ha tocado vivir; Desnudos; Retratos; Paisajes y flores.
Una noche, Alejandro me propuso que lo acompañara en la campaña de alfabetización iniciada por ‘Cachito’ Vera y continuada por Raúl Vallejo, durante el gobierno de Rodrigo Borja. Acepté y recorrimos juntos el país, llevando a casi todas las provincias grupos de teatro, de danza, de títeres. Fue una experiencia que nos juntó para siempre, pues compartimos enormes conversaciones y largos viajes por tierra.
Alejandro escribió -durante un tiempo- los discursos del expresidente Correa y eso era siempre motivo para largas tertulias en torno al poder. Siempre divertido, incluso en los momentos de dolor cuando la guadaña aquella empezó a acechar su vida y sus versos. Así te recordamos, Alejandro, como un eterno y querido contador de historias. (O)