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El Telégrafo
Byron Villacís

La alcaldía fallida de Rodas

17 de mayo de 2019

El paso de Rodas por la alcaldía de Quito debe ser recordado como lo que fue: un fracaso total. Aunque para los quiteños esta idea es obvia, es importante traer a la memoria sus fiascos. Al respecto pregunté en redes sociales: ¿Qué fue lo peor de su alcaldía?

Algunos argumentan que fue incumplir promesas: prometió repotenciar el sistema de Trolebús y la Ecovía, prometió conectar los barrios con metrocables, prometió ejes de circulación rápida este-oeste, prometió un tren ligero con los valles, la segunda etapa del túnel Guayasamín, la vía al aeropuerto por Gualo. La lista continúa, pero se entiende el punto: es un político que no cumple.

Otros consideran que el problema de Rodas fue su insipidez política. Costaba escucharlo porque sus palabras siempre fueron sin contenido. Ese sinsabor nunca le cayó bien al quiteño, puesto que no tuvo la valentía de liderar una posición concreta. Quizás este error habría sido pasable si es que hubiese sido un buen gestor.

Sin embargo, la gestión a su cargo fue caótica. Solo por citar algunos casos, la recolección de basura es un desastre, la ciudad parece un mercado sin control, empeoró los trámites, la inseguridad se intensificó, las calles se llenaron de huecos. Su desgobierno empeoró la movilidad de la ciudad, provocó un oscuro descontrol en la administración de permisos de taxis. Por si fuera poco, continuó la obra del Metro que empezó la alcaldía anterior, pero con un incremento en el valor del contrato que hace falta seguir investigando.

Todos estos argumentos son válidos, pero creo que hace falta el más importante: Rodas afectó el imaginario de la juventud como actor político. Probablemente esta es la razón por la que seguimos insistiendo en referentes del milenio anterior, porque cuadros como este defraudaron grotescamente.

La tarea de los jóvenes políticos ahora es al menos doble, demostrar que no son como Rodas y evitar que, a través de gestores mediáticos y voceros camuflados, se utilice burdamente la moneda de cambio de los políticos: el olvido. (O)

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