Me ha convertido en piedra el suicidio de Alan. De impacto. Es como si el cuchillo que te apuñala por la espalda te informe que se acabaron las deudas y quiere reconciliarse contigo mientras ves pasar el cadáver de Alan, elegante y despojado de palabras.
¡Se suicidó Alan! Recordándonos que fue dos veces presidente y toda una trayectoria política en medio de mentiras y verdades. Lindo gesto de burlarse de todos nosotros: pegándose un tiro justo en la cabeza. Perdió la cabeza y perdió la vida. Alan, único. Terrible. Perfecto. Ni chueco ni en recovecos: sin dar vueltas. De no dar pie atrás. La vida no es sagrada, ni larga ni conforme.
La vida es rara: nos da tantas formas para escapar de este valle de lágrimas. Estoy por elevarlo a los altares a Alan. Lo declaro Buda: por hacer lo que tiene que hacer sin importarle los demás. Alan fue y se fue. Me incomodaba su estatura: alto el hombre. ¿Murió grande? Estoy mirando su cuerpo muerto y escucho su respuesta: “¿Para qué vivir más?”.
Alan, el bueno; Alan, el malo. Dijo: “Váyanse al diablo todos. Yo soy mío y decido por mí”. Te comprendo, Alan. Sin miedo. Sin vueltas. Un tiro y ya. Me has dejado con los ojos mirando hacia dentro y tú muriendo con los tuyos abiertos y sacando la lengua a todos.
Admiro tu irreverencia al final de tu vida. ¡Que nadie toque su cadáver, que nadie lo toque! Hasta que las tres Moiras, Átropos, Cloto y Láquesis, corten todo lo que venía para él.
Alan García, genio y figura hasta la sepultura. Cuando fue presidente por primera vez, Perú lloró la tragedia de su gobierno, después siguió el llanto en las idas y venidas de su liderazgo político.
Al final, antes de que el llanto lo toque de nuevo con la gran vaina de Odebrecht, hace llorar a todo Perú con su muerte. Nadie puede ser indiferente ante el balazo de Alan. Nunca dejó la notoriedad y el show lo llevó a la tumba. Alan, el inmortal.
Los muertos olvidan, los muertos no sienten, hay algunos muertos que pesan. La muerte también es un juego político. (O)