Sin restar importancia –y buscando resaltar– al histórico hecho ocurrido el 31 de octubre de 1900, en el Legislativo ecuatoriano, donde se adoptó como símbolo patrio a nuestro imponente y honorable escudo de armas; cumpliéndose así, el pasado 31 de octubre, 118 años de dicho suceso; considero importante también subrayar y reflexionar sobre una significativa variable económica de amplio interés: el ahorro, a propósito del día internacional del ahorro.
Según señala el gobierno mexicano a través del portal web de la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef), el 31 de octubre de 1924 concluyó la cita de representantes de prácticamente todos los países del mundo, en el marco del Congreso Internacional del Ahorro, en Milán, Italia. Fruto de este encuentro fue dedicar cada 31 de octubre a una característica propia del desarrollo sostenible: ahorrar.
Independientemente del prisma desde donde se dé tratamiento al ahorro, este surge a partir de la diferencia entre la(s) entrada(s) de dinero (renta) obtenida(s) y la(s) salida(s) de dinero (gasto) realizada(s) para cubrir necesidades, en un puntual periodo (Bernanke y Frank, 2007). Al respecto y ubicándonos desde la microeconomía, estos autores destacan que esta práctica está estimulada, entre otras cosas, por la contingencia frente a eventos altamente deseables como la adquisición de una vivienda, o, por el contrario, situaciones poco deseables como la pérdida de empleo o afectaciones en la salud.
Frente a la cuestión planteada en estas líneas y a la luz de las declaraciones concedidas a Revista Vistazo por la Directora del SRI respecto al trabajo realizado en cultura tributaria, estimo que la tarea de los contribuyentes (naturales y especialmente jurídicos), conjuntamente con la administración pública, está ahora en dar un detenido tratamiento a la cultura del ahorro, como mecanismo generador de riqueza y bienestar. ¡Trabajemos en el ahorro! (O)