Los agujeros negros constituyen zonas del espacio en las cuales la fuerza gravitacional es de tal magnitud que ninguna partícula puede escapar de ellos, incluida la luz. En “agujeros” similares solemos caer, con más o menos frecuencia, los seres humanos. Este mismo nombre fue utilizado para la película del director ecuatoriano Diego Araujo que se presenta estos días en las salas de cine. No pudo haber mejor título: la temeridad, la ligereza y hasta la ingenuidad nos pueden llevar a situaciones semejantes a agujeros negros, de los cuales resulta difícil escapar. Araujo ha conseguido expresarlo bien en su película.
Un joven escritor, presionado por alcanzar su consagración y fama, entra en una escalada de desaciertos que lo terminan enredando en una aventura insustancial con una adolescente, mientras su relación de pareja con su mujer embarazada se va al traste, y su producción literaria se frustra. Las actuaciones son -salvo excepciones- buenas; los planos de la cámara son magníficos; los golpeteos del ordenador que no logra sacar una palabra del escritor nos paralizan; el ritmo de la trama logra mantener el interés del público en una autodefinida comedia que se acerca más al drama; el uso del blanco y negro en ciertas escenas causa impacto. La resolución de la película termina agradando al público, aunque ese final feliz en la vida real no siempre ocurre.
Está bien lograda la recreación del asfixiante y elitista barrio quiteño; de la dinámica del círculo de poder que se vanagloria de tener los recursos para empujar al escritor a la fama; la decadencia de una generación que cayó en el arribismo; el desolador panorama que deben enfrentar los escritores ecuatorianos y la caracterización de la problemática de la frustrada literatura ecuatoriana; todos ellos son elementos que logran redondear una propuesta consistente.
En física, el enigma de los agujeros negros no está resuelto, puesto que no se conoce bien qué sucede con la materia más allá de este “horizonte de sucesos”. En la vida cotidiana tampoco están del todo claras las dinámicas que nos llevan a caer, a pequeños seres como nosotros, en estos huecos oscuros. Lo que sí parece convincente, como lo muestra la película, es que la fuerza del amor podría contrarrestar el descomunal impulso gravitacional del agujero negro; al menos esta es la lectura que hago para mí misma. La película hay que verla, quizás nos ayude a salir de nuestros propios agujeros negros. (O)