Ecuador adolece muchos síntomas de descomposición institucional que se expresan prácticamente en todos los espacios del campo público; el sector privado también sufre esta patología. Casos hay a granel, los actores principales son autoridades indagadas por corrupción, políticos que hacen hasta apología del robo con arengas vergonzosas y destempladas, funcionarios abusivos, profesionales pícaros; no son mayoría, pero hacen mucho ruido; afortunadamente, también tenemos políticos, deportistas, profesionales, maestros, trabajadores y gente de gran valía.
En los últimos años especialmente, autoridades de distintas funciones estatales y niveles de gobierno, técnicos y asesores de diverso perfil han sido agentes de un proceso de paulatina e imparable degeneración de las instituciones, socavando la democracia y las bases de la nación; esto bombardea cualquier intento de lograr progreso social.
Las instituciones son fundamentales en el fortalecimiento de una nación, siempre y cuando sean sólidas y bien concebidas. Hay factores decisivos en este propósito, primero, unidad territorial -costa, sierra, oriente y región insular-, sintetizada en un proyecto nacional sin conflictos insalvables, evidenciado en todos los lugares; segundo, las élites políticas y económicas apuestan primordialmente por el país impulsando las reformas necesarias con involucramiento de amplios sectores; y, tercero, alianzas y concertaciones políticas de la derecha, el centro y la izquierda trabajando por el país y en el marco del derecho. Todo junto representa el andamiaje de sostén y protección del gran edificio de la nación.
Por último, recordemos que las instituciones no se conciben y conducen solas, que las hacen las personas, gente que debe desempeñarse con gran visión y transparencia, sin sesgos, ni en función de oscuras pretensiones. Para engrandecer a la nación se requiere instituciones tonificadas, que funcionen eficazmente, y que sean respetadas por todos.