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El Telégrafo

Agarrados, pero no perdidos

29 de febrero de 2012

Esta mañana no vi más en un rincón del parque a unas lindas flores que nos regalaban su belleza. Alguien las arrancó. Frente a mi silencio triste, una señora me comentó: “La gente no se quiere a sí misma”. ¿Por qué la gente no se quiere? Por la mucha pobreza y la mucha riqueza.

Todavía la pobreza agarra a un sinnúmero de gentes. Nunca han podido exteriorizar el sentido de belleza en este mundo donde se sienten malditos.

Tampoco han podido despertar su dignidad enterrada bajo el peso de la lucha diaria por comer. No llegan a pensar ni organizar su vida, su trabajo, su casa… peor organizarse entre vecinos para hacer la carga más ligera. Buscan en la religiosidad un escape, una ilusión que les haga creer que no todo está perdido y que mañana será mejor.

Mientras la tercera cuarta parte de los ecuatorianos se va a dormir para olvidar las pesadillas del día, la última cuarta parte lo pasa bien, nada le falta y ni sabe ni quiere saber de estos otros vecinos que la pasan mal, les falta todo y no tienen la posibilidad de profundizar, amarse y construir la fraternidad.

Tal vez los ricos están más amarrados por sus riquezas que los pobres están agarrados por su pobreza. Pero los pobres quieren ser ricos porque la TV les hace creer que de esta manera van a ser felices.

¿No habrá salida a este doble círculo vicioso de la pobreza y de la riqueza? Es cierto que estamos cambiando y que la pobreza golpea menos a los pobres. Al mismo tiempo la riqueza crece y continúa  acumulándose en pocas manos. Los jóvenes se desesperan porque ven que su futuro no es nada esperanzador. En su tiempo famoso, Lech Valessa, jefe del sindicato polaco que enfrentaba la dictadura en su país, declaraba: “La mayor dictadura es la pobreza”. El papa Juan Pablo 2º, polaco también, denunciaba el capitalismo como “un sistema que hace a los ricos más ricos a costa de los pobres cada vez más pobres”.

Somos más las y los que apostamos por otra manera de vivir: construir una sociedad donde la pobreza no sea una maldición sino una vida sencilla, fraterna y solidaria. San Pablo lo escribía a los cristianos de Corintio: “Estamos entre problemas, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no eliminados; derribados, pero no fuera de combate”.

Si estamos agarrados por la pobreza o por la riqueza, no nos dejemos amarrar para siempre, sino que juntos desatemos cadenas para liberar dignidad, fraternidad y belleza. Así podremos sembrar flores que nos regalen su belleza gratuitamente.

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