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El Telégrafo

Afroecuatorianos, su desafío intercultural

16 de marzo de 2012

Los pueblos afrodescendientes tienen cabal expresión de su existencia en el territorio nacional, seguramente en el caminar de los subsiguientes lustros posteriores al descubrimiento de América y el consiguiente inicio del coloniaje español.

Las míticas circunstancias que se esgrimen acerca del  arribo a estas tierras del conglomerado negro están rodeadas de confusas afirmaciones, difíciles de sostener; solo el conocimiento de que fueron traídos de sus tierras ancestrales en la más abyecta de las condiciones, la esclavitud.

La falta de testimonios escritos sobre lo que pasaba con ellos corresponde a mensajes descalificadores de su conducta de rebeldía, en lapsos de tiempo tremendamente criminales y con contenido asaz injustos e incongruentes con sus ansias de libertad.

En un primer tiempo solo se encuentran en los informes de Fray Bartolomé de las Casas algunas aseveraciones que, más que históricas, son crónicas de supersticiones. Él, De las Casas, que fue  cristianamente benévolo y denominado “defensor” de los indígenas, en contraposición  fue en extremo  severo con los “cimarrones del diablo”, como los esclavistas llamaban a los negros -cuando los secuestraban en las costas y al interior de África-, nunca pudo entregar una versión creíble de la llegada de los esclavos a nuestro continente.

La formalidad de la lógica esclavista, por la que se plagió, se mató y se subyugó a millones de seres humanos en aras de un comercio infame, no tiene las connotaciones tremendas del pasado, pero es evidente que en el Ecuador, antes de la Constitución de Montecristi del año 2008, se les endilgaba una conducta social singular y unos criterios como pueblo enormemente difusos que, para algunos, tenían  kafkianas virtudes y todos los defectos, cuando en realidad eran y son nuestros hermanos de tez negra y pensamiento claro.

Hoy insertos en el proceso revolucionario, el pueblo afro estuvo y está por los cambios sustanciales de estructuras que establecen nuevas concepciones y nociones para el desarrollo de todos, “el buen vivir”, lo que implica participación y representación en las actividades económicas, políticas, artísticas deportivas y cívicas  de la patria en el marco de  interculturalidad y ejercicio de los deberes, derechos y garantías ciudadanas.

Los paradigmas racistas y segregacionistas en el imaginario colectivo que subsisten aún en la epidermis de unos cuantos connacionales, y que son remanentes funestos de la época colonial, deben y van a ser  superados en tiempos no mayores con la aplicación de los preceptos constitucionales y legales actuales.

Todo ello permitirá redimir injusticias de centurias y sostener inconmovibles los pilares de la rica cultura  afrodescendiente y evitar que esta sea invisible e inmaterial y que solo como un recuerdo imperecedero  queden presentes los versos de un poeta brasilero negro de Bahía: “Primero me robaron de África. Después robaron África de mí”.

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