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El Telégrafo

Africom: contra China desde Malí

28 de enero de 2013

Un nuevo demonio con rostro al que perseguir —Mokhtar Belmokhtar, jefe de Al Qaeda del Magreb Islámico— oculto en un territorio estratégico a conquistar, Malí. ¡Demasiado parecido a la fábula de “Bin Laden en Afganistán”!

Curiosamente, este “peligrosísimo” grupo nunca había atentado contra los intereses occidentales: se dedicaba al secuestro, pillaje y contrabando. Ahora ofrecerá el pretexto perfecto a los nuevos conquistadores de Malí para militarizar el Sahel, cuyas sufridas gentes ya estaban luchando contra una hambruna de magnitud.

Bajo la fraudulenta excusa de “lucha contra el terrorismo”, la espectacular agresión militar de Francia, diseñada por el Pentágono, tiene objetivos más serios que vencer a cuatro integristas que cortan manos. Eso mismo hace la aliadísima Arabia Saudí y es lo que planean hacer los al-qaedistas que gracias a la OTAN gobiernan la “nueva y democrática Libia”. Decía Charles de Gaulle que “Francia no tiene amigos, solo tiene intereses”. Y es que el uranio de esta región abastece las 54 centrales nucleares del país galo, y China allí se presenta como un peligroso rival.

Estados Unidos, sus aliados europeos y China libran una dura batalla, aunque con distintas estrategias, para expandir su influencia por África y asegurarse el acceso a sus recursos y mercados. Esta nueva ronda de guerras se inicia cuando China pone los pies en la zona de influencia de potencias occidentales y la convierte en su “profundidad estratégica”.

Malí, después de Costa de Marfil, Sudán (detrás la partición de Sudán) y Libia (Libia: un negocio de guerra redondo), es el cuarto país africano invadido tras la creación en 2007 de Africom, el Comando de Estados Unidos para África cuyo objetivo es contener la creciente presencia de China y ahogar las luchas de liberación de los pueblos africanos. Sus prácticas son similares a las que Estados Unidos aplicaba a América Latina en la década de los 70 y 80: conspirar, secuestrar, torturar…

La ocupación militar, el regreso a la dimensión más siniestra del colonialismo, se debe sobre todo a la fragilidad de los gobiernos corruptos e incompetentes afines a Occidente. Así se garantizará el acceso duradero a los inmensos recursos naturales del continente. La “colonización blanda” que practica China es un nuevo enfoque que ofrece a dichos gobiernos irresistibles ventajas competitivas: su materia prima a cambio de donaciones, préstamos a bajo interés y la construcción de infraestructuras. Con este método, China se ha convertido, desde 2009, en el primer socio comercial de África.

En Malí opera una veintena de empresas chinas. En toda África está presente cerca de un millón de sus ciudadanos, que hacen lo mismo que los occidentales, pero sin pegar tiros.

Ya el foro sobre Cooperación China-África (Focac), que se celebró en Beijing en el año 2000 y reunió a cincuenta jefes de Estado del continente, había puesto nervioso a Washington. Allí se acordaron contratos billonarios e inversiones para el progreso de las regiones deprimidas. Desde entonces, los préstamos que China ha ofrecido a África han sido mayores y con más ventajas que los del Banco Mundial, el FMI, Estados Unidos y Europa. Junto con los demás países llamados BRICS, Pekín planea crear un banco de desarrollo para el continente, cuestionando así las políticas del FMI y del Banco Mundial. ¿Lo hace con los billones de dólares de la deuda de Estados Unidos  que guarda en su caja?
Demasiados y vitales intereses para que puedan evitar un choque armado. China ha entrado en lo que fue la zona de influencia europea. Después de que Estados Unidos le obligara a marcharse de Irak, Sudán y Libia —sus proveedores de petróleo— y redujera sus compras del crudo iraní por las sanciones de la ONU, China ha convertido a África en su profundidad estratégica.

Africom planea implantar un cuartel general central con sucursales por todo el continente, en las que las antiguas colonialistas, Francia, Gran Bretaña, Portugal y España, tendrán responsabilidad y beneficio, lo que contrasta con el hecho de que el gigante asiático carece de bases militares fuera de sus tierras. Mantener la hegemonía mundial cuesta: Estados Unidos elevó el presupuesto del Pentágono de 267.000 millones de dólares en 2000 a 708.200 millones en 2011. Peligrosamente rico

En la década de los 90 Estados Unidos luchaba contra Francia en Congo, en una guerra proxy —delegada a las tribus y sin derramar la sangre del hombre blanco— para hacerse con sus diamantes, el coltán y el cobalto, entre otros minerales estratégicos, y los 1.000 millones de dólares que su oro producía cada año. Por ello masacraron a cientos de miles de congoleños. En 2008 la pesadilla de Estados Unidos tuvo rasgos asiáticos: China había firmado unos acuerdos con el presidente Joseph Kabila por el valor de 9.000 millones de dólares con el que pagaría carreteras, ferrocarriles, hospitales y presas a cambio de participar en el negocio de cobre y coltán, que es exportado a China para ser procesado.

Hoy, China importa 2 millones de barriles de petróleo al día de Sudán, Angola y Congo, el 30% de sus importaciones totales; también una cuarta parte del petróleo y las materias primas consumidas por Estados Unidos proceden de estos territorios.

En la última década, China ha invertido 15.000 millones dólares en África y se ha convertido en su primer socio comercial. Desde 2006 el comercio entre ambos se ha triplicado. Las compañías occidentales pierden contratos, y los mercados financieros, los créditos que los africanos solicitaban para conseguir fondos de las instituciones financieras.

La alternativa que Pekín presenta es atractiva para los mandatarios africanos, que no para los ciudadanos que ven cómo se agotan sus materias primas, a cambio de tecnología y productos, a veces, con la calidad de todo a cien. Es una relación desequilibrada e insostenible, aunque no ha dañado la imagen de los asiáticos ni ha provocado sentimientos en su contra.

Asciende China y Estados Unidos sigue utilizando la inútil estrategia de la tensión, que solo beneficia a uno de los principales pilares de su economía: la industria militar.

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