En los últimos meses se ha empezado a hablar con fuerza sobre los diferentes tipos de violencia que amenazan la participación política de la mujer. La Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres y el Código de la Democracia, han logrado conceptualizar la violencia y el acoso político, incluida la ejercida por cualquier tecnología de la información, redes sociales y plataformas virtuales. Esto, a pesar de quienes piensan que las mujeres exageramos y que existe un “lloriqueo injustificado”; que vivimos en un país sin discriminación y que si nos metemos en política “ nos toca aguantar” -lo he escuchado en más de una ocasión-.
El “Estudio sobre violencia política contra las mujeres en el Ecuador”, publicado por ONU Mujeres en octubre de 2019, revela que el 66% de candidatas y autoridades admite haber sufrido acoso psicológico y el 24% habla de intimidaciones en redes y ciberacoso.
En mi calidad de legisladora conozco el acoso político; no me considero especial y como muchas más he sido agredida en redes sociales. Me han mandado a la cocina a atender a un supuesto líder; han ridiculizado fotos personales con mensajes y violencia; se ha desvalorizado el trabajo honesto desde cuentas de personas perfectamente identificadas y también con cuadrillas de “troles”.
Atención, porque esto no debe confundirse con críticas legítimas, libertad de expresión y rendición de cuentas; se trata de vejámenes y frases denigrantes, muchas basadas en estereotipos de género.
Me refiero a este tema en la celebración del Día Internacional de la Mujer, pues constituye la oportunidad ideal para visibilizar formatos de violencia y también para determinar acciones que ayuden a resolver los problemas a los que estamos expuestas las mujeres en la arena electoral y pública. Juntos todos podemos lograr que nuestras niñas y jóvenes ecuatorianas sueñen y caminen en política sin temor a ser agredidas por su condición de mujer. (O) * Asambleísta independiente