En efecto, este es un tema duro, en el que muy pocos grupos de especialistas son capaces de llegar a algún acuerdo. Lo cierto es que el espinoso asunto se hace especialmente difícil, pues en un mismo caso se trata de un doble sujeto. Sin embargo cada uno de ellos es independiente del otro: el hijo no nacido aún y la madre, con sus propios intereses y derechos individuales tanto el uno como la otra.
¿Se podría decir entonces que el no nacido y la madre, siendo como son, el primero, tan solo una expectativa, una mera posibilidad, un embrión de vida humana en formación sujeto a múltiples contingencias que incluso podrían decidir su final; y la segunda, ella sí una vida humana completa, plena, independiente, deberían tener la misma protección jurídico-penal e igual consideración ante la ley? ¿No sucede acaso que la suerte de este embrión puede decidirla su madre mientras él se encuentre dentro de su cuerpo?
Sabemos que en el Ecuador el aborto es considerado la tercera causa de mortalidad femenina y que, de acuerdo a una encuesta internacional, nuestro país encabeza el listado de 11 naciones con mayores abortos en Latinoamérica. Se sabe, además, que el 32,6 por ciento de las ecuatorianas ha vivido un aborto en algún momento de su vida y, según datos de la OMS -Organización Mundial de la Salud-, 95.000 mujeres abortan anualmente en nuestro país.
¿Qué significa esto? Mientras las leyes castigan a quienes acuden al aborto, hay mujeres que se someten a esta cuestionada práctica, cada vez en mayor número y aun en forma clandestina, esto es en contra de las normas legales de la nación arriesgando la salud y su propia existencia, puesto que, llegado el momento, y a fin de no ser descubiertas en lo que es considerado un delito por las leyes ecuatorianas, estas angustiadas mujeres de diferentes edades acuden para el efecto a lugares inadecuados para realizarse una operación de esta clase, muy alejados de un necesario ambiente de asepsia y capacidad profesional.
Conviene tomar en cuenta, eso sí, que cuando la mujer se encuentra ante un embarazo no deseado por múltiples y valiosas razones en circunstancias especialmente difíciles de su vida, el nacimiento de un hijo podría significar el agravamiento de su dolorosa realidad, la destrucción de sus proyectos, el discrimen despiadado proveniente de sujetos -hombres y mujeres- sin conciencia, el final del necesario desarrollo de su personalidad y, en ciertos casos, hasta el quebrantamiento de su salud y el prematuro final de su existencia.
Sin duda que se discute también el tiempo adecuado para un aborto protegido o no por la ley. Y al respecto sabemos que el 90% de ellos acontece dentro de las 12 semanas de gestación del no nacido. Conocemos, además, que la criatura en formación logra el desarrollo de su sistema nervioso entre las semanas 16 y 25, cuando ya tiene sensibilidad a ciertos estímulos, aunque aún no es consciente de sí mismo.
¿Pero acaso hay alguien que ayude formalmente y por todo el tiempo que sea necesario a aquellas ecuatorianas que llevan de la mano a un pequeño siempre hambriento no solo de alimento sino, además, de cariño y dedicación? Y por último, ¿es que aún no hacemos conciencia de los tantos niños ecuatorianos indigentes que trabajan desde sus primeros años en lo que sea y como sea, o que mendigan monedas o alimento por diferentes barrios, sujetos a peligros; niños que se mantienen hurgando en la basura, o destruyéndose en la droga o el delito? ¿Es que todavía los sabios del Ecuador no logran descubrir la fórmula capaz de salvar a aquellos menores sin amparo y responsabilizan a su madre, mujer abandonada, solitaria y desvalida, la más grande responsabilidad que tiene un ser humano en su existencia?