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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

A veces llegaban cartas

Historias de la vida y del ajedrez
02 de abril de 2015

La llamada civilización occidental y cristiana secuestró a setenta millones de africanos para venderlos como esclavos. De ellos, casi la mitad fueron llevados a Estados Unidos.

Hoy todavía algunos los califican como “negros perezosos”, y nadie se ha preguntado por qué, siendo tan perezosos, los blancos compraron 30 millones para que les trabajaran. El esclavo Jourdon Anderson fue uno de ellos.

Cuando estalló la guerra de Secesión en EE.UU., entre esclavistas y libertarios, Jourdon escapó hacia el norte libre, con su esposa y sus hijos. Al terminar la guerra, su antiguo amo le pidió que volviera a trabajar con él, con la promesa de que lo trataría muy bien. Jourdon le contestó con una carta fechada en 1865 en la que, entre otras cosas, le decía lo siguiente: “Me alegra saber que está bien. Me he preocupado siempre por su suerte. Supe que usted mató a un soldado del norte, que quedó desarmado y abandonado. Por fortuna no descubrieron su crimen los mismos soldados del norte, cuando después estuvieron en su casa. Todavía no olvido el último día que lo vi a usted. Cuando miré atrás, me estaba apuntando con el arma. Me hizo dos disparos. Ninguno me acertó. Puse a salvo a mi familia y corrimos hasta ser libres. Supe después que me seguía buscando para matarme. Por eso agradezco tanto su gentil carta de invitación para que vuelva a trabajar para usted. Le cuento que aquí, en mi nuevo trabajo me pagan, a mi esposa le dicen “señora” y mis hijos van a la escuela. Me encantaría trabajar de nuevo para usted y podemos empezar a cuadrar algunas cuentas para saber que podemos confiar en su palabra. Trabajé para usted 32 años. Mi esposa, veinte. Con nuestros sueldos actuales que suman 60 dólares al mes, usted debería pagarnos hoy 18.720 dólares. Añada los intereses correspondientes, y descuente 3 veces que me llevó al médico y el diente que le sacaron a mi esposa. Aquí cobro los sábados. En 32 años con usted, jamás vi una moneda. Y algo más: mis dos hijas ya son grandes y guapas. No quiero que les pase lo mismo que a otras chicas que trabajaron para usted. No quisiera verlas deshonradas por la violencia y la perversidad. Y cuénteme si hay alguna escuela cercana para mis hijos. ¡Ah! Y por favor no deje de darle las gracias a George Carter. Recuerde que él logró desviarle la pistola a usted cuando me disparaba por la espalda. Su antiguo servidor, Jourdon Anderson”.

En ajedrez, sin discriminaciones, los negros también saborean la victoria.  (O)

1…DxP +
2: DxD, T8A +
3: D1C, TxD mate.

Jourdon Anderson (izq.), autor de la carta. Henry Anderson, antiguo amo
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