Pasitos no más separan al amor del odio. Es la naturaleza humana, insondable, la que esconde los impulsos que nos hacen caer, en picada, de la cima a la sima. Antes camaradas; ofensas y desprecio van quedando ahora. ¿Qué cambió?
Yo recuerdo -ya de eso son más de cinco años- que asistí en el hotel Akros, en Quito, a un encuentro a escuchar al candidato Rafael Correa, para entonces era sorpresivamente la gran opción, desbancando al millonario Álvaro Noboa, a la Presidencia de la República. Había mucha gente, había mucha euforia. Me quedé, como extraño que era, parado, un poquito más allá de la puerta de ingreso, conversando con Fernando Bustamante, profesor estrella de la Universidad San Francisco, y, de pronto, hizo su arribo triunfal uno de los mentalizadores del fenómeno Correa: Alberto Acosta pasó raudo, como molesto, sin saludar siquiera a su amigo Bustamante. Era la actitud del que recela ante presencias indeseadas, tal vez oportunistas, a los ojos del que laboriosamente ha forjado algo: Acosta y otros habían dado con el “outsider”.
Pasó el tiempo, que es como también pasa la vida, ya en Montecristi, cubriendo el arduo trabajo de la Asamblea y con un Alberto Acosta en la presidencia y restablecida una cierta comunicación entre él y yo, le escuché esa pena de no haber podido, como ministro de Energía y Minas, parar la desmedida entrega de más de 5 mil concesiones mineras.
Es decir, por más poder que como ministro se alcance, hay trampas que siempre la burocracia sabe tender y a veces resultan imbatibles, aun para gente tan inteligente y preparada como Acosta.
Más tiempo pasó y el agua que corrió se enturbió. Hoy ya sabemos que entre Correa y Acosta existen abismos, o es que para algunos esto es puro cuento. No, la trama no debería permitir tanto daño y tanta ofensa. La distancia es verdadera, tanta que hoy Acosta escribe, desde su académico cubículo, cosas increíbles: un autoritario y temerario Correa es también responsable de “un golpe al Estado”.
Fernando Vega, que habiendo estado con PAIS (Patria Altiva i Soberana) hoy, con los dichos de Jesús a la mano (“siembra vientos y cosecharás tempestades”), toma una distancia tan grande como para poder dudar de todo, del intento de golpe por supuesto, y una de sus razones es que no había un designado. ¿Cómo lo sabe? Francisco Muñoz, que era reconocible en la tendencia, también duda del “autoritario” Correa.
Los tres, Acosta, Vega y Muñoz, hay más seguramente, pero a ellos tres he leído, son de Montecristi vive.
Quizá tarden mucho tiempo en encontrar otro “outsider”, lo que los aleja del poder que tanto ansían. Por la forma de hacer política, no parecen ellos la opción.