No es extraño: en cualquier supermercado londinense el área destinada a alimentos y juguetes para los gatos, es cinco veces más grande que el espacio para los artículos de niños. Y ya hay materias en las facultades de derecho, para que los abogados conozcan las leyes que rigen la patria potestad de los gatitos, en caso de una pareja que se divorcia. Esto no es nuevo. La adoración por los gatos data de épocas inmemoriales, en especial en Egipto, donde la diosa era Bast, una gata que congregaba procesiones de más de 200.000 devotos, cada año, a lo largo del Nilo.
Pero después pasaron otras cosas. En la Edad Media, un curita belga se estremecía con los maullidos desesperados de las gatas y sus amores pecaminosos en el tejado. La conclusión era que los gatos estaban ahí, puestos por el demonio, para que no pudiéramos ser castos, y el cura predicó el exterminio de los animalitos, tan asociados con las brujas, para poder dormir tranquilo. Y lo logró. Los europeos, se dedicaron a quemar gatos para alcanzar el cielo, y lo que consiguieron fue convertir a su tierra en un infierno. Libres de gatos, las ratas campearon y transmitieron la peste. Así murieron dos de cada tres europeos por culpa del curita que sabía de teología, pero no tenía idea de ecología. Pasaron siglos antes de que entendieran que contra la peste no servía el agua bendita en la frente, sino el agua en todo el cuerpo en forma de baño.
Y hoy la historia se repite. Un ministro de Israel ha propuesto deportar a los gatos. Ante el programa que mantiene el gobierno, de castración de los felinos, el hombre eleva los ojos al cielo, dice que no nos podemos oponer a la palabra de Dios, y cita la Biblia: “Creced y multiplicaos.” Al respecto, el diario Haaretz dice: “La deportación es su única respuesta a todos los problemas: palestinos, refugiados africanos, y ahora los gatos.”
El problema es que el número supera los cien mil animales que esperan ser deportados. Pero el ministro es más inteligente. Dice que solo se exportará la mitad: todos los machos, o todas las hembras.
Las asociaciones defensoras de animales, y los amantes de los gatos, se niegan a tal medida porque la consideran costosa, antinatural, cruel e inviable. ¿Dónde conseguir cincuenta mil lugares que quieran recibir un gato o una gata? Algunos proponen deportar al Ministro, para tranquilidad de todos, y también de los gatos. Pero se ha descartado la medida por ingenua. Es más fácil encontrar quién quiera recibir los cincuenta mil gatos.
En ajedrez, también, lo más complicado puede ser la única solución.
1: C5D+, AxC
A5C mate