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El Telégrafo
Ramiro Díez

Histortias de la vida y del ajedrez

A esta hora se escucha un llanto

14 de enero de 2016

Alguien soñaba con empezar a dormir en octubre y despertar una vez terminada la navidad. Lo decía porque no soportaba, o mejor porque tenía que soportar la bacanal del consumismo, en una época en la que los pobres de la tierra se sentían mucho más pobres, mientras todos hablaban de paz y amor.

Pero esas fechas, en medio de la polémica, tienen una historia verdadera, desconocida y conmovedora.

Sucedió en 1914 durante la primera guerra mundial, en medio del horror de las trincheras que separaban apenas 30 metros a los alemanes de los ingleses, belgas y franceses. Era la víspera de navidad, y de repente un soldado alemán improvisó una canción que decía: “!Ay!,¡como me gustaría volver a casa y recibir un abrazo!” Y hubo un momento de silencio. A los pocos metros, un soldado británico empezó a otra canción y todos lo escucharon en silencio.

Entonces en la trinchera alemana se vio un letrero: “Si no disparan, no disparamos”. Y un francés mostró otro: “Tengo cigarrillos”. Desconfiados, soldados de ambos mandos empezaron a sacar la cabeza y se miraron sorprendidos. En minutos todos abandonaron la pestilencia de sus trincheras y se abrazaron. Enseguida enterraron a sus muertos caídos en tierra de nadie, compartieron insignias y alimentos, y al final se armó un partido de fútbol en el que cada equipo tenía jugadores de ambos bandos en conflicto.

Este ejemplo de inteligencia enseguida se extendió por muchas trincheras y por lo menos 100.000 soldados de bandos enemigos se abrazaron y participaron en esta fiesta de la sensatez y la dignidad. Tales acciones, por supuesto, horrorizaron a los guerreristas: Un alto mando militar británico dijo que aquello era el mayor peligro que podrían enfrentar sus tropas, y ordenó el más severo castigo para estas depravaciones. En efecto, cientos de soldados murieron fusilados por sus propios oficiales cuando plantearon fraternizar por un momento con las tropas enemigas. Inclusive un joven soldado mostró su ira ante la fraternización. “¿Hasta qué límite de suciedad ha llegado el honor de los alemanes?” El soldado se llamaba Adolfo Hitler.

Esa tregua, símbolo de la inteligencia humana, sucedió porque los soldados imaginaron el llanto de algún niño en un pesebre. Hoy los genocidas que nos gobiernan a todos siguen bañando al mundo en sangre. Y no los detiene el llanto de ningún niño. Y si esos niños lo supieran, llorarían mucho más. Comparado, el mundo feroz del ajedrez resulta ser un paraíso porque es la única guerra de la que siempre se resucita más inteligente.

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