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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

A esta gran señora, ¿de qué se le murió el marido?

28 de enero de 2016

Para garantizar su parasitismo histórico al que justificaban diciendo que era voluntad de Dios, las monarquías europeas hacían lo que fuera necesario. En una de esas jugarretas de intercambio de sangres y consolidación de poderes, desde algún lugar de la desaparecida Prusia, llegó a San Petersburgo una chica que debería casarse con el futuro zar de Rusia. Al ver la pobreza del lugar, la jovencita dijo: “¿Así que este es el país miserable que tengo que gobernar?”. En ese momento esa mujer insolente tenía 16 años, y la historia la conoce como Catalina la Grande.

Cuando Catalina se casó con el Duque Pedro, que tenía 18 años, se llevó la gran sorpresa. A su marido no le gustaban las mujeres distinguidas, que hablaran varios idiomas y estuvieran perfumadas. El futuro zar exigía que le llevaran a palacio a campesinas miserables, ojalá con alguna deformidad física. Ocho años tardó en consumar el matrimonio con su esposa, imaginando en su lecho, quizás, a alguna mendiga desdentada, como era su pasión. Mientras tanto, Catalina nunca conoció el placer de ser seducida porque era fea y nunca tuvo el gusto de ser infiel porque elegía a sus muchos amantes a dedo, en público, delante de su esposo. Catalina tenía amantes en toda Rusia, y admiradores incondicionales en la Iglesia que pronto se convirtió en enemiga de Pedro, porque el Zar decidió restarle poder económico.

Mientras tanto, en Europa, en especial entre los franceses cultos, la imagen de Catalina era sagrada: mandó a construir en campos y ciudades lujosos centros de educación y centenares de escuelas que siempre estuvieron vacías. Cuando le preguntaron por ese gasto escandaloso, dijo: “Lo hago para que me respeten en Europa, en especial los franceses. No soy tonta. Si permito que los pobres estudien, perderé mis privilegios”.

Seis meses después de haber sido nombrado Zar, uno de los amantes de Catalina decidió deponerlo y lo encarceló. Pedro, desmoralizado, aceptó sin problema. Solo pidió su violín y algo de vino. A los ocho días apareció estrangulado en su celda. La misma Catalina comunicó su muerte: “Ha sido voluntad de Dios que el Zar Pedro III haya muerto de incontinencias estomacales”.

El acta de defunción la firmaba ella misma, como “Su Majestad Imperial La Emperatriz y Autócrata de Todas las Rusias.” Esta déspota, que menospreciaba al pueblo que gobernó, estuvo en el trono durante 34 años. Y su vida fue una colección de travesuras nada edificantes. En la próxima les prometo una más de este personaje.

En ajedrez, también, son temibles las damas que se entregan y que matan. (O)

Diez (Ecuador) vs. Cock (USA)
1: D5D + RIT; 2: C7A + RIC; 3: C6T + RIT; 4: D8C + TxD; 5: C7A mate

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