Muchas veces los vi como molestos, a veces indignados, por lo que hacían los medios que cubrían la Asamblea de Montecristi. Maltrato y repetición de una rutina para proyectarlos como si de un congreso más se trataba, de esos que montó la llamada partidocracia. Ceguera ante lo que estaba pasando: gran efervescencia popular, un ir venir de muchas personas, de fuera de la Asamblea, que traían sus ideas y aspiraciones. Montecristi parió la Constitución que hoy define el marco conceptual y muchas utopías de la sociedad ecuatoriana.
Entre conocidos o distantes, rostros nuevos o anacrónicos, también hubo espacios para los que llegaban con un discurso como humanista. Fernando Vega, el cura carpintero, del Austro, meneaba la cabeza, traía bronca, antes de empezar un nuevo diálogo, porque su repaso por lo que habían dicho los medios estaba siempre repleto de prejuicios.
Se despreciaba lo que hacía la Asamblea, se la intentaba negar, descalificar. Siempre fue mucho más importante, para esos medios, el griterío, la alharaca, el “show”, más de lo mismo para velar la urgencia del cambio.
Ahora no, ahora acuden prestos, solícitos, a su llamado. Ya olvidaron el pretérito desprecio. Es que ante la proximidad de un nuevo proceso electoral los cálculos dicen que hay que tomar todos los espacios, cualquiera, con tal de estar presente. Fernando Vega dice que los enlaces de la sábados son como “una celebración cuasi religiosa.
Allí se imparten dogmas incuestionables. A través de los medios oficiales, el Gobierno construye una realidad virtual, que es absorbida por devotos incondicionales al Presidente”. El cura que tanto ha vivido de dogmas cree encontrarlos por todas partes. Ya no es capaz de respetar el alma popular que, según él, se ha entregado, cual devota, a un charlatán peligroso que nos ha dividido.
Antes, cuando eran parte del proyecto de la Revolución Ciudadana, todos ellos sabían que era inevitable un cierto nivel de enfrentamiento. Que su larga o corta experiencia bastaba con la vivida en Manabí, ya les había aventado toda la brutalidad de la que es capaz cierta derecha, que puede acudir a cualquier cosa, a la mentira para empezar, con tal de proteger tanta acumulación.
Que diga el padre Vega, antes de espejar tanto resentimiento, si ya fue suficiente, si la multiplicada inversión social llegó a su límite, que ahí no más, que no vale la pena tomarse en serio el cambio, que despertar las iras de la oligarquía y sus medios no era la intención. Rezar, rogar, siempre será mejor visto, así nadie se espabila. ¿Y la justicia? Eso que espere, total, Dios nos llenó de tanta resignación.