El 30 de septiembre de 2010 se ha convertido en una fecha de referencia para la mayoría de los ecuatorianos que podemos recordar con nitidez en qué circunstancias nos enteramos de la rebelión de la Policía Nacional. En mi caso, me preparaba junto a mi esposo para volar a Guayaquil y, cuando a las 9:00 abandonaba el hotel, fui advertida de que “algo pasaba con los policías”. Al salir escuchamos a un hombre, que luego nos enteramos era policía jubilado, que vociferaba contra el presidente Correa. Con recelo llegamos al aeropuerto y allí supimos que la base estaba tomada y los vuelos suspendidos. Junto a muchos otros ingresamos a un pequeño café del lugar y durante varias horas la televisión nos mantuvo al tanto de la situación, hasta que en la tarde decidimos regresar al hotel desde el cual seguimos los acontecimientos que se dieron hasta el rescate del presidente Correa. Con horror vimos caer a Froilán Jiménez, víctima de quienes impedían la salida del Primer Mandatario de la institución de salud.
Mucho se ha dicho acerca de los sucesos del 30 de septiembre. Ahora, con las evidencias que conocemos, es más fácil establecer su dimensión. Quizás no hubo suficiente información acerca de la ley aprobada por la Asamblea y ello causó inquietud en las filas policiales, lo que fue aprovechado por personas y grupos políticos que se sienten lesionados por el amplísimo programa de reformas sociales del Gobierno. La presencia del Presidente en el Regimiento Quito no fue la causa de la exacerbación de los ánimos de quienes protestaban. Había odio en la agresión a Rafael Correa y a sus acompañantes, ese odio que un asambleísta de Pachakutik derrama cuando lamenta que no se haya asesinado ese día al Jefe de Estado.
¿Qué cambió el 30-S? La actuación del pueblo que, desarmado, en actitud inédita se lanzó a las calles a defender a su Presidente. Por eso no triunfó el golpe. Porque los que actuaban en la sombra y sus voceros se dieron cuenta de que tendrían que enfrentarse a una colectividad, que posiblemente habría una guerra civil. Aquello y la acción rápida de la comunidad internacional que condenó sin reservas el intento golpista.
El 30-S es una nueva fecha trascendente en la historia de las luchas populares para afianzar el derecho a un cambio pacífico pero radical del país, que no podrá ser detenido.
Honra a quienes dieron sus vidas para lograrlo y vigilia permanente de todos para detener nuevos intentos
desestabilizadores.