El llamado “retorno de la democracia” producido en 1979 no significó un retorno a la democracia. El régimen militar nacionalista, de los años 70, buscó los mecanismos para abandonar el poder estatal y transferírselo a los civiles, a los grupos económicamente dominantes. El sueño de una democracia social se frustró para los sectores populares. Solo cambió la correlación de fuerzas de los grupos dominantes.
El régimen militar era un obstáculo a los procesos de liberalización económica. Ya estaba estructurada ideológicamente la implementación de políticas económicas neoliberales. Pero “la fuerza del cambio” del presidente Roldós trastocaba la emergencia de los grupos económicos por controlar la política económica y monetaria del país.
La fuerza del cambio significaba una amalgama de coyunturas y visiones opuestas partidistas, sobre todo de la Democracia Cristiana que, encubierta en una ideología del buen cristiano preocupado por el bienestar común y la democracia, sintetizaba los deseos del viejo conservadurismo. El cargo de vicepresidente fue clave: la pieza por donde el conservadurismo criollo se modernizaba vía la ideología neoliberal. Se aseguraba su presencia en el nuevo gobierno si no ganaba su propio binomio: Durán-Ballén/Icaza.
El continuismo del nacionalismo planificador de Roldós fue un obstáculo. Su visión de fortalecer lo social, así como preservar los bienes del Estado, sobre todo el petrolero, fue intolerable para los demócratas cristianos, como para los agazapados socialcristianos ya representados en el Congreso por León Febres-Cordero, al cual Roldós calificó como “insolente recadero de la oligarquía”. Es necesario investigar a fondo el proyecto de Roldós. No debemos permitir que la tradición oligárquica embalsame mediáticamente sus actos políticos.
El ascenso de su vicepresidente significó la consolidación de la ficción democrática y el continuismo del triunvirato militar. Ejemplo: implementar la Ley de Fomento y Desarrollo Agropecuario de 1979, que sentó las bases del neoliberal mercado de tierras, que hasta el día de hoy algunas viejas almas hacendatarias defienden. Ya el 8 de octubre de 1980 el vicepresidente de Roldós daba cuenta de los tiempos que venían: “La etapa de la prosperidad había terminado”, decía a sus ministros. Muerto el presidente Roldós, el nuevo mandatario se afanó en abrir la economía y obtener recursos para pagar la deuda externa recortando el gasto social, aplicando medidas de tipo monetario y cambiario: la sucretización oligárquica. No retornamos a la democracia en 1979. El país sigue luchando por salir de la ficción democrática, del cuento de la isla de paz. Urge radicalizar la democratización, trastocando el orden de la dominación oligárquica.