A propósito de miles de consignas, frases emotivas y buenas intenciones que marcan los discursos cada 25 de noviembre, quiero aprovechar este espacio para analizar qué tanto de lo que se dice tiene una aplicación en la realidad; y si, en la práctica, se están construyendo las condiciones para una sociedad más justa, equitativa e inclusiva.
Para iniciar, es necesario señalar que una cosa son los discursos, promesas y deseos -incluso lo que consta en la legislación-; y otra totalmente distinta, los comportamientos, creencias y acciones de una sociedad que limita, desde su estructura, el crecimiento e independencia de la mujer.
En la academia, ha existido siempre la discusión sobre las marcadas diferencias que existen entre el país formal con todas las garantías, derechos y leyes que favorecen la igualdad jurídica sin privilegios; y el país real, marcado por prácticas socioculturales que, desde la cotidianidad, benefician a determinados grupos hegemónicos en detrimento de la diversidad y las minorías. Por ejemplo, los derechos civiles que se promulgaron para acabar con la segregación, poco y nada se corresponden con la situación de pobreza, desempleo y violencia que marcan a las comunidades negras en Estados Unidos.
Lo mismo sucede a nivel de género: en el país la normativa es clara respecto a la equidad laboral. Sin embargo, los hombres ganan (en promedio) 50 dólares más que las mujeres -la gran mayoría de veces, realizando el mismo trabajo-. Obviamente, a nivel directivo en cargos de representación y decisión, la brecha es aún mayor.
A esto, si se suman factores del día a día como que los hombres dedican apenas el 19% de su tiempo a las actividades del hogar, o que las tareas de cuidado no remunerado recaen principalmente sobre mujeres -recuerden lo que sucedió durante la pandemia-, explican por qué para las mujeres es tan difícil crecer a nivel personal y profesional, a pesar de todas las leyes que promueven su incorporación laboral.
Es por ello que, esta fecha, constituye una oportunidad para que, más allá de las frases prefabricadas y aquellos derechos que funcionan únicamente en el papel, reflexionemos sobre los todos cambios -a nivel educativo, social, económico y cultural- que se deben implementar para crear una verdadera sociedad paritaria sin sesgos de género. El camino recién empieza.