La Navidad es la fiesta en la que deseamos la felicidad para los demás. En el niño del pesebre resplandece la luz y el amor de Dios, motivo suficiente para desearnos una fiesta llena de paz y bienestar. Reconocer qué del 2020 al 2022 han sido años complejos, de aguante y de nuevos virus, nos permitió aprender y hacernos más fuertes; nos sirvió para identificar la alegría auténtica de la Navidad y reconocer que no es una experiencia de anestesia espiritual o un sentimiento de desahogo para olvidarnos de nuestras cargas y preocupaciones, ni qué tampoco es un maquillaje para mostrar un rostro distinto ante los demás.
La pandemia creó inmensa incertidumbre y tantas víctimas de distinta índole: personas fallecidas y desempleadas, empobrecimiento, situaciones que crean tensiones, fatiga y angustia, heridas psicológicas profundas, de allí que toda persona necesitó sentir calor humano que hacía falta a causa de la cuarentena. A la par que aprendimos de hisopado, anticuerpos, pruebas PCR y curvas epidemiológicas, nos empapamos de Instagram, Live y Zoom como herramientas para acercarnos a los nuestros.
Estos hechos que suceden desde hace más de treinta y seis meses, generan desconcierto, ansiedad, dudas y, en algunos casos, desesperación. La auténtica alegría navideña brindó fortaleza y buen sentido del humor para afrontar los problemas, pobrezas, miserias, injusticias, la violencia, enfermedades, fracasos, catástrofes, tragedias, la pandemia del COVID-19 y la epidemia de Influenza.
Un fin de año complejo y doloroso; generador de ausencias y sillas vacías, nos conmina a pensar en la realidad del país y de cada uno de los ecuatorianos. 365 días que permiten evidenciar debilidades y fortalezas, carencias y solidaridad humana. Lo que se vive en las calles atestadas de personas que intentan vender sus productos en búsqueda de unos pocos dólares para cubrir en algo sus necesidades básicas, es el mejor escenario.
Actos de valentía y coraje al blindarse de voluntad, creatividad e iniciativas por lograr un ingreso, por mínimo que sea. Es de confiar que las autoridades tienen lecturas correctas para apoyar con créditos blandos y normas que resguarden el esfuerzo y los derechos de la población.
Superada esta primera fase, con cierta ligereza y confianza, acostumbramos a desearnos feliz año. Sentimos que el ritual de los buenos deseos conjura las tormentas que acechan. Poco a poco aprendimos a pensar dos veces antes de dirigir los mejores augurios para los doce meses que nos esperan.
Hasta no hace mucho, veíamos el estreno de año como una oportunidad, como un folio en blanco, como un mantel impoluto previo a los cristales rotos de cada celebración. Cada año persiste la misma sensación, al no conocer qué nos aguarda en ese camino ignoto que abre la luz fría de enero. Aprendimos de forma cruda qué, la incertidumbre aguarda y acechan las sorpresas desagradables.
Como mantra, en los meses previos, nos dijeron que saldríamos mejor posicionados y, como tantas otras cosas, no era verdad. No del todo ni automáticamente. En año de elecciones, es de esperar que no enfrenten a comunidades buenas con otras irresponsables, a jóvenes contra viejos, porque la mayoría nos hemos comportado, como en la vieja canción del grupo español Jarcha, (Libertad sin Ira) ‘’como gente obediente hasta en la cama’’, gente que hemos puesto el brazo con alegría y disciplina para que nos vacunen, que solo quiere libertad sin ira y con responsabilidad.
No resulta raro que al empezar un nuevo año necesitemos tener en mente nuevos retos y motivaciones que satisfacer. Forma parte de nuestras necesidades como ser humano, como si estuviera escrito de alguna manera en nuestro ADN personal. Uno de los grandes hallazgos de la, todavía, corta historia de la psicología habla precisamente de esto. Sí no entrenamos las habilidades para satisfacer nuestras necesidades, nos sumimos en una espiral que hace cada día más difícil la mejora.
Ahora sabemos que deseamos la normalidad sin adjetivos. Ni la antigua ni la nueva. La normalidad que incluye sustos, sobresaltos, alegrías inesperadas. Gestos que pueden salvar, pinchazos que provocan fiebre y palabras que curan. Renuncias anónimas que salvan. La que elegimos, con esperanza y sacrificio, para hacer de verdad un año nuevo y bueno. ¡Próspero 2023!