Se ha querido presentar una imagen desfigurada tendiente a minusvalorar los sucesos del 10 de Agosto de 1809 y los que le siguieron: el 2 de Agosto de 1810 y la conformación del Estado de Quito entre 1811 y 1812.
No solo que Quito es la cuna de las revoluciones de las Alcabalas y de los Estancos, así como el lugar del pensamiento ilustrado de Espejo, sino que puede reivindicar que la propia Revolución Quiteña (1809-1812) marcó un hito, el primero, en los procesos independentistas de la América hispana. Las referencias extranjeras al proceso quiteño en las luchas por la independencia abundan.
Se suele hacer alusión a la declaración de fidelidad al rey Fernando VII. Esto consta en el acta de la Junta, es cierto, pero también hay documentación que indica que habrían existido otras intenciones. Más aún, este no es un fenómeno aislado, sucedió en varios procesos independentistas (suelen llamarse “máscaras de Fernando VII”): jurar fidelidad a un rey depuesto, cautivo, en la práctica equivale a buscar un proceso de plena autonomía sin medios más violentos.
Pero incluso si fuese el caso (que la lealtad a Fernando fuese real), ello no implicaría que las cosas se mantendrían de acuerdo al status quo: hay países independientes, como Canadá, que reconocen una autoridad regia extranjera (en donde vale la fórmula “el rey reina, pero no gobierna”), sin dejar de ser soberanos. La Junta de Quito reemplazó a españoles por criollos; hispanos, sí, pero también americanos (véase el Manifiesto del Pueblo). Para los españoles, una sublevación a pleno título.
No en vano se mandó a aplacar el levantamiento del 2 de Agosto de 1810, asesinando de modo rastrero a los patriotas, saqueando y dando muerte a otros tantos quiteños: el equivalente al 1% de la población de entonces. No en vano las autoridades regias de Guayaquil y Cuenca tomaron represalias contra los quiteños. También las tropas limeñas y bogotanas que aislaron a Quito de sus provisiones.
La Junta fue vista por los españoles, en todos los casos, como un intento independentista; castigado, por ello, a sangre y fuego. Y si de independencia y soberanía se trata, ni hablar del Estado de Quito y su Constitución (dictada en 1812 en nombre del “Pueblo soberano del Estado de Quito”). (O)