En noviembre de 2021 Ucrania informó sobre la presencia de militares rusos en su frontera. Luego de alertas por parte de Estados Unidos ante un posible ataque, Rusia mencionó que se encontraba realizando ejercicios militares. Sin embargo, el 21 de febrero Vladimir Putin cambia su discurso apuntando a un supuesto genocidio de rusos en el Donbás y reconoce la independencia de Donetsk y Lugansk; acciones que marcaron la antesala de un inminente ataque. La idea de Rusia era tomarse Ucrania y desestabilizarla políticamente de forma rápida, pero lo que nunca se imaginó Putin era la resistencia que tendría este país y por supuesto el importante apoyo y presión de la comunidad internacional.
Europa anunció un paquete de sanciones y varias multinacionales retiraron sus operaciones en Moscú. Poco a poco la estrategia rusa empezó a evidenciar falencias lo que facilitó la instauración de mesas de negociación que escasamente o nada prosperaron. Mientras Rusia exigía la desmilitarización de Ucrania, ser un Estado neutral, el reconocimiento de que Crimea era rusa y la independencia de Donetsk y Lugansk; Ucrania no dio paso a estos requerimientos. De esta manera, Rusia tuvo que reconfigurar su estrategia para tratar de ganar posicionamiento, lo que generó un fuerte ataque al puerto de Mariúpol que finalmente cayó en manos rusas. Los ataques continuaron, dejando a miles de civiles y soldados de ambos lados muertos, así como 6 millones personas desplazadas según fuentes oficiales de ACNUR.
Actualmente, el 20% del territorio ucraniano está en manos rusas; y, mientras Rusia trata de conquistar el mayor porcentaje de territorio concentrándose en el Donbás, Occidente presiona de manera prudente a Rusia para sentarla en la mesa de negociación. Lo cierto es que Putin sigue moviendo sus fichas en el tablero y este conflicto se ha extendido más de lo esperado generando irreparables pérdidas humanas.