En estos días, Joaquín Ollanarte debe esquivar en su moto el tráfico insufrible de Quito. Es el asistente de Albino Fernández, jefe de tráfico de Cine Memoria. Lleva las copias únicas a seis salas -por eso de los derechos de autor- del festival Encuentros de Otro Cine, EDOC, que acaba de cumplir sus primeros 10 años.
Este joven, con casco negro y barba hirsuta, nacido en la tierra del hombre que nos mira desde la selva, como diría Cortázar, me recuerda a una escena memorable de, para mí, la mejor película del mundo: Cinema Paradiso.
Porque hay dos claves para el éxito de este festival: pasión por el cine, generosidad con el país, y una última, la terquedad contra quienes creen que los documentales no sirven para nada, como muchas expresiones del arte.
En la apretujada y ya histórica sede de la Veintimilla (donde, antes, habitaba un samurái de vecino) estos 23 jóvenes se desdoblan para mostrarnos 98 documentales -la otra cara del cine- que vienen de 37 países, pero también las realizaciones de esta tierra donde hay tantas cosas que contar. Si hace una década había cuatro largometrajes ecuatorianos ahora los realizadores han enviado 53 películas para la selección. Este cronista, quien alguna ocasión hurgó en la cinematografía, respeta a quienes, como María Fernanda Restrepo, nos devuelven el aliento de la memoria con su documental Con mi corazón en Yambo.
En estos días, hemos mirado las entrevistas, a propósito del EDOC, en Palabra Suelta, conducida por Xavier Lasso, en la Televisión Pública, sin embargo los otros canales -como TC y GamaTV- deben de una vez por todas abrir sus señales a estos espacios de miradas alternativas ante el riesgo de parecerse más a lo que tanto criticamos: enlatados de violencia y embrutecimiento del pueblo (esto último dicho a la manera postmoderna).
Hay que anotar bien el artículo 380, literal 3, de la Constitución de Ecuador, para que tengamos miradas plurales del mundo. En otras palabras, hay que generar políticas de largo aliento para que en lugar de mirar Mis adorables entenados, donde supura el racismo, podamos seguir la línea del agua de Yakuaya, donde el mundo montubio es otro. Seamos reales, no podemos esperar nada de la televisión privada que revive al Chapulín Colorado.
Los documentales son, para seguir la línea de la comunicación, lo que los reportajes a la noticia, la única memoria que nos queda ante el vértigo de la amnesia. Si la televisión es la nodriza de esta época oscura, al menos que nos cuente las otras miradas de las cosas. Ese sí sería un salto hacia delante.