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El Telégrafo

Velasco, el primer historiador

08 de septiembre de 2016

Nuestro continente, Latinoamérica, como dice Eduardo Galeano, no solamente ha sufrido la usurpación del oro, sino también de la memoria. Con Juan de Velasco la historia comienza a ser contada por nosotros mismos, lejos de los relatos que hacían los conquistadores, quienes escribían la historia según sus intereses y visiones. Obviamente, como espíritu de su tiempo, su historia también está llena de mitos, desde los gigantes de Santa Elena hasta Cantuña. ¿Pero no es la mitología también parte de un pueblo?

Por este motivo, la labor de Juan de Velasco es pionera. Obviamente, hay que entender el trabajo de este riobambeño nacido en 1727 como el producto de una época. Pero hay algo que es importante: la visión del ‘otro’. Antes de este jesuita, la historia de los indios únicamente servía como número de un obraje. Con una nodriza indígena, él gustaba de conversar con los más ancianos para conocer sus costumbres. De él, por ejemplo, quedan para la posteridad los relatos que le contara Jacinto Collahuazo, sobre el antiguo Reino de Quito, cuyo legado escrito fue extraviado, como era la costumbre de los conquistadores que no entendían que pudieran existir otras visiones. Pero también hay que decirlo, la nueva historiografía ya ha puesto distancia -con nuevos datos e interpretaciones- acerca del Reino de Quito para poner énfasis en los señoríos étnicos, como el caso de los caranquis o puruhaes.

Sin embargo, no hay duda de que Velasco cimentó la incipiente identidad ecuatoriana, aunque sus detractores lo han calificado de fabulador. Pero hay un dato: la Historia Natural, Historia Antigua e Historia Moderna, que terminó en el exilio de Faenza en 1789, poco antes de morir; recién pudieron ser publicadas en 1840 y en algunas ediciones posteriores fueron suprimidas partes importantes de sus escritos.

Y hay una explicación: la visión de Juan de Velasco se enmarca en un sentido profundamente criollista -que produce un cambio ideológico- en contra de la posición oficial de los españoles. Bernard Lavalle, historiador contemporáneo, dice que estas obras criollistas participaban activamente de la reivindicación americana de su tiempo. Y esa reivindicación tiene una palabra: identidad. Y en el caso de nuestro país, Agustín Cueva lo señala: “Es la primera obra de esta índole en donde lo que hoy es el Ecuador aparece como identidad histórica definida”.

Velasco también publicó El Ocioso de Faenza, poesías que hablan de la vida en el exilio de los jesuitas y otras obras no exentas de humor, pese a sus graves enfermedades que, al final, lo dejaron ciego, cuando murió en 1792. Por él podemos acercarnos a un legado de ecuatorianidad, rico en descripciones y datos históricos que nos revelan a un hombre profundamente comprometido con su patria, que se estaba gestando. Además de su diccionario quichua-español, Velasco nos legó poesías. Después vendría -con otra visión- el obispo de Ibarra, Federico González Suárez, que -defendiendo la verdad histórica- hizo incluso una profunda crítica a la propia Iglesia católica. (O)

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