No podría ser tan similar la derecha que vuelve en países de América Latina y esa misma derecha en los años 1980/1990, en sus programas de Gobierno. Aplican duros ajustes fiscales, a partir de los mismos diagnósticos que criminalizan los gastos estatales, las políticas sociales, los derechos de los trabajadores. Los gobiernos de Macri y de Temer no toman en cuenta que ese mismo programa se ha agotado, ha terminado por fracasar y ha sido sucedido por gobiernos que han resultado, disminuyendo significativamente la pobreza y la exclusión social.
Pero la derecha no tiene nada distinto a proponer, han fracasado los intentos de “terceras vías”, que han revelado no son tales, sino formas disfrazadas del mismo proyecto neoliberal. De ahí que no se trata de superación de los gobiernos antineoliberales, sino de retomada dura y pura, de los programas neoliberales que han llevado a países del continente -Argentina como modelo más acabado- a las peores crisis de su historia.
Lo que cambian son las formas de acción de esa misma derecha, buscando nuevos esquemas de acción, para tratar de imponer su viejo modelo. Lo que caracteriza hoy la acción de la derecha latinoamericana no son nuevas propuestas para terminar con la desigualdades y la exclusión social, sino métodos de acción nuevos, para volver a sus antiguos proyectos.
Es una tragedia para la democracia cuando el Judiciario, en lugar de ser el gran defensor del Estado de Derecho, se compromete, al contrario, con violencias en contra de la democracia. Más todavía cuando participa de una colusión con los medios monopolistas privados, para que se constituya como fuerza política -a veces incluso partidaria- de derecha.
El uso de las leyes como instrumento con objetivos políticos concretos es lo que se llama de “lawfare”, palabra que conscientemente tiene orígenes en la palabra guerra, porque de eso se trata: de desatar una verdadera guerra en contra de líderes políticos democráticos y populares, buscando desgastar su imagen pública e incluso inviabilizar su participación política vía acúmulo de sospechas y de procesos judiciales.
Lo que hay de nuevo en la forma de acción de la vieja derecha es una alianza explícita entre sectores del Judiciario -y de la Policía- con los medios, para la espectacularización de procesos judiciales y acciones policiales y para hacer efectiva la judicialización de la política. Una alianza sin la cual ni los medios tendrían mayor efecto en sus reiteradas denuncias, ni el Judiciario ni la Policía lograría pasar en la opinión pública la imagen de corrupción de los líderes populares y de sus partidos.
En un testimonio al juez que lo acusa sin pruebas en tantos procesos, en Curitiba, ese juez intentaba impedir que Lula hablara del colusorio que él y sus comparsas llevan a cabo con los medios, alegando que era un tema fuera del proceso. Lula se impuso, reiterando cómo los jueces hacen llegar, de manera privilegiada y fuera de cualquier procedimiento legal, informaciones sigilosas a los medios. Como los jueces no solo hablan fuera de los autos de los procesos, como aparecen reiteradamente en portadas de revistas y diarios, así como sus mismas esposas, y en fiestas de líderes políticos de derecha, además de posturas subservientes con el mismo presidente Temer, el jefe de toda la corrupción en Brasil. Lula logró ‘imponer’ la idea de que es parte esencial de la operación de judicialización de la política, la participación de los medios, en promiscuidad absoluta con el Judiciario.
Sin poder cuestionar las políticas de prioridad de los programas sociales, que responden, en gran medida, por el éxito de esos gobiernos y por el prestigio en las capas populares de los presidentes, los dirigentes de la nueva derecha intentan desplazar el debate hacia los gastos estatales, como si fueran los responsables por la crisis económica. Y tratan de desplazar el debate sobre el significado de los líderes de los gobiernos populares hacia supuestas irregularidades que habrían cometido, incluyendo a cuestionamiento judicial a medidas de gobierno.
Cuando se acercan elecciones, se montan operativos especiales, para copar el clima político, buscando réditos electorales inmediatos. En las elecciones municipales del año pasado en Brasil, se han retomado acusaciones antiguas en contra de Lula, se han aprisionado exdirigentes del PT, todo con gran despliegue midiático, revelando que se trata de la gran carta de que dispone la derecha.
En las vísperas de las Paso, en Argentina, se ha desplegado nueva ofensiva en contra de Cristina, así como, ahora, cuando se acercan las elecciones, se retoman casos como el de Nisman – con una indecente supuesta reconstrucción en imágenes de lo que habría sido su asesinato -, así como otras acusaciones en contra de la expresidenta, en perspectiva de la disputa electoral, en particular en la provincia de Buenos Aires.
Esos los nuevos métodos de la vieja derecha, cuyos objetivos son los mismos: acaparar el poder político en manos de la banca privada, destruir el patrimonio público, así como los derechos de los trabajadores y los programas sociales, así como la soberanía en la política externa de nuestros países. Lo único nuevo es ese método de colusión entre el Judiciario y los medios. (O)