Quito se viste de colores. Pero la fiesta debe también convocar a la memoria. Aquí, tres de sus calles emblemáticas. Fueron escritas para ser colgadas como pendones y por eso son crónicas mínimas. Después se transformó en el libro Quito: las calles de su historia, ilustrado por Mauricio Jácome Perigüeza y editado por Trama.
Primero la Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las vírgenes de madera. Los devotos iban a la Calle de la Platería para lograr favores a cambio de joyas. En 1613, el alguacil mayor de Quito, don Diego Sánchez de la Carrera, había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera. En la misma calzada, Antonio José de Sucre construyó su casa, con indicaciones enviadas por cartas.
Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros. Ahora, la Rocafuerte: Desde la Mama Cuchara se divisan las cúpulas de tejuelos verdes de Santo Domingo. Desde allí hasta la plaza hay 37 pequeñas tiendas: sitio de encuentro de los vecinos. En las noches los niños de la calle Rocafuerte juegan canicas. Esa misma alegría que debió sentir Vicente Rocafuerte cuando gestaba un país llamado Ecuador.
En su calle, al pasar el arco de Santo Domingo, otra ciudad parece vivir un tiempo paralelo. Al cruzar la arquería, la urbe se transforma: más arriba -a la altura del Arco de la Reina- la calle respira incienso: son los bazares de trajes de oropel de niños dioses que viven una perpetua Natividad. Para concluir, una de las más representativas, como es la García Moreno.
En la colonia, el Corpus Christi era pomposo. Para los altares se levantaron siete cruces, con telas pintadas y brocados. Años después, Eugenio de Santa Cruz y Espejo -al amparo de la noche- colgaba panfletos libertarios: “Salva Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloriam consequto”, que significa: “Felicidad y Gloria conseguiremos. Al amparo de la Cruz seremos libres”.
Para el siglo XIX la calle se cubrió de sangre. Faustino Rayo, de catorce machetazos y seis balazos, ultimó al presidente Gabriel García Moreno, en una conspiración de varios frentes. A la altura de la Iglesia de la Compañía -de fachada barroca- está un corazón de piedra sin espinas: representa a la piedad del Cristo para esta calle que ha visto demasiado. (O)