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El Telégrafo

La estatua del general Lee va a la guerra

17 de agosto de 2017

Las estatuas de los confederados caen en la tierra del Tío Sam. Sucedió en Carolina del Norte y está en la mira la del general Robert E. Lee y su caballo, defensor aquel de la esclavitud, en Charlottesville, Virginia, la cuna del tercer presidente Thomas Jefferson, quien fundó la Universidad, pero que también tenía 600 esclavos arrancados de África.

Allí, el joven neonazi James Alex Fields estrelló su auto contra una multitud de manifestantes antirracista hiriendo a muchos y matando a Heather Heyer, de 32 años, defensora de las diversidades. En Maryland, le han puesto el ojo a la figura del juez presidente Roger B. Taney, quien legalizó la esclavitud tras el caso del afrodescendiente Dred Scott, en 1857, preámbulo de la Guerra Civil.

Desde el Canon de Policleto, las estatuas son mudas, pero aún quieren cabalgar desde una visión épica. Van de la mano de los neonazis, supremacistas blancos, miembros del Ku Klux Klan. Dan un mensaje: América es para los blancos, afuera todo el que sea diferente, aunque el primer barco llegó a Jamestown, Virginia, en 1607.

El contenido de Facebook de Fields muestra un perfil común de los seguidores de las ‘razas puras’. Desde las insolencias al islam, su traje de militar prestado, sus chistes machistas y orfandad, me detengo en un comentario sobre diez mexicanos que se ahogaron en un río. Textual: “Los tontos se merecen morir. Me alegra que toda la familia esté muerta, así su estupidez no puede extenderse más”.

Barack Obama compartió una frase escrita en la cárcel de Nelson Mandela, el líder sudafricano: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”.

Así, la joven de 17 años Kayla Wilson, en Texas, solicitó en 2015 renombrar su preparatoria para que las señas del general Lee quedaran en el pasado, tras la masacre de nueve feligreses en una iglesia de Carolina del Sur.

¿Qué pensará de todo esto el joven Peter Cvjetanovic, con apellido croata, estudiante de historia y ciencias políticas de la Universidad de Nevada? Las redes, en una demostración de activismo, lo han marcado como neonazi, tras participar en la marcha de antorchas. Una frase de Dante Alighieri resuena: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral”.

Julius Goat escribe: “Imaginad si estas personas se hubieran enfrentado a opresión real. Nadie intenta legislar para retirarles su derecho a casarse, nunca han esclavizado a sus abuelos, nadie ha encarcelado a sus padres, no se les prohíbe viajar por su religión, sus iglesias nunca han sido quemadas....”. “Mi hermano no entregó su vida luchando contra Hitler para que las ideas nazis no vayan a ser desafiadas aquí en casa”, dice el senador Orrin Hatch. Los confederados del sur perdieron la guerra, pero escribieron una historia paralela e inundaron de estatuas. Hay que derribarlas en el sistema educativo leyendo a Walt Whitman. (O)

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