Las experiencias posnacional/populares en Brasil y la Argentina, dibujan no solo la estrategia del golpe blando que en su momento se utilizó para deslegitimar a esos gobiernos, sino también los mecanismos para lograr apoyo hacia administraciones antipopulares y de claro signo neoliberal. Ajustes, tarifazos, bajas salariales, aumento de la pobreza y la desocupación, han sido justificados por los supuestos males atribuidos al gobierno anterior. De tal modo que si sus nuevas políticas que implican endeudamiento externo y liquidación de derechos sociales resultan dolorosas para amplios sectores sociales, lanzan que ‘la culpa es del gobierno anterior’. Esa es la forma de justificar sus propios problemas y sus nefastas políticas, propuestas desde organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
¿Cuáles serían esos males anteriores? Supuesta o real, la corrupción que se atribuye a esos gobiernos previos. Por cierto, no hay la menor intención redentora de ir contra la corrupción en estos nuevos gobiernos, que están llenos de corruptos, tanto en el caso de Macri como en el de Temer (ambos enfrentan importantes causas judiciales).
Pero no se trata de lucha contra la corrupción: se trata de campañas contra los gobiernos populares, que apelan al pretexto de la corrupción. Si tal corrupción fue real o inexistente, grande o pequeña, poco importa: lo importante es enlodar a las políticas y los políticos que mejoraron la vida de la población, asociar las decisiones que promovieron acceso a derechos sociales con la rapiña de los recursos estatales (a pesar de que son siempre los sectores sociales hegemónicos y sus gobiernos de derecha los que han repetidamente usado el Estado para sus propios fines y negociados, dado que son los que mueven altas finanzas a niveles nacionales e internacionales). Además de agitar el fantasma de la corrupción, se trata de hablar de la ‘pesada herencia económica’.
Gobiernos que se han sostenido mucho tiempo, de pronto -según el macrismo neoliberal- estaban por caerse, habían dejado el país al borde del caos económico, no podrían haberse mantenido siquiera por unos meses más, y parecidos sofismas, que sirven tanto a atacar a quien antes estuvo a cargo del gobierno, como a justificar las malas medidas propias del posterior, como si estas hubieran sido motivadas no por su propia decisión, sino por la alegada ‘pesada herencia’, por las ‘enormes dificultades’, y parecidos justificativos.
Lo cierto es que, en el caso argentino, queda clara la trampa: quien recibió un país devastado y quebrado fue Néstor Kirchner... eso sí fue pesada herencia. Con una deuda externa impagable -que fue producida en parte por Sturzenegger, actual alto funcionario de Macri-, Kirchner se decidió a una monumental, lenta y paciente tarea de negociación para la recomposición de precio de los bonos de esa deuda, y terminó pagándolos solo a una tercera parte de su valor inicial, permitiendo con esto que la Argentina renaciera de las cenizas económicas en que se hallaba. Pero no: la receta neoliberal nos dirá que fue el gobierno popular y su presidente o presidenta, quien dejó exhaustas las arcas del país. Notoriamente hay que decir eso, según una convención que parece haber sido inventada en Washington, y se empieza a practicar y reiterar en diversas latitudes.
Está claro: la derecha lanza acusación de corrupción y quiebra económica a los gobernantes populares. Esa es su arma, al margen de su propia corrupción -a menudo copiosa-, y de su propio fracaso económico (visible en Temer, agudo en el primer año y medio de Macri). Ya hay suficientes datos para caracterizar esta condición del presente latinoamericano, y para estar atentos frente a ella y su innegable amplia propagación. (O)