25 siglos nos separan de la primera versión de la fábula de la gallina de los huevos de oro. Aparentemente algunos no han aprendido la moraleja: si matas a la gallina, ya no pondrá huevos. La promesa del candidato Guillermo Lasso de suprimir 14 impuestos y, a la vez, generar un millón de empleos es una propuesta imposible. La generación de empleos está ligada a la producción; si esta última baja, no puede aumentar el empleo. Si se suprimieran esos impuestos, no solo disminuiría la producción, también habría más desempleo y más pobreza. En consecuencia, aun solo dentro del esquema mercantil que parece ser el único que entienden ciertas personas, la gente compraría menos y bajaría la producción. Se asume también que si se eliminan esos impuestos habría mayor ahorro e inversión privada, lo que no es cierto si sacan el dinero fuera del país, o si el sector financiero no presta lo que se requiere y donde se necesita.
Suprimidos esos impuestos (que Lasso calcula en $ 3.000 millones, pero más bien serían $ 4.000 millones, según citan los expertos), se verían muy disminuidos varios programas sociales: educación y salud gratuitas, vivienda popular, vialidad. La mayoría de familias ecuatorianas tendría que gastar más en estos rubros y menos en compras de otros bienes. Si se suspende la construcción de carreteras y puentes, aumentan los costos de transporte de trabajadores y de bienes, lo cual encarece más la producción.
Estos años ha aumentado el nivel de vida de muchas familias y han comprado más bienes; si eso se revierte, bajaría la producción y aumentaría el desempleo. Además, la reducción de impuestos e inversión pública (anunciada por el equipo económico de Lasso) no se compensa en forma automática con la inversión privada, por lo que esas políticas serían recesivas y se perderían empleos. Esa fuente de empleos, que ha dado más consumidores a la empresa privada, se reduciría al mínimo.
La respuesta conocida del neoliberalismo es que el incremento de ingresos de las clases altas se convierte en más inversión en el país. Pero esto es un decir, porque nunca faltarán empresarios que prefieran invertir esos ingresos en el exterior, “con menos riesgo”. Hasta aquí se ve que, hasta con la lógica empresarial, no es bueno para el país suprimir esos impuestos. Desde el punto de vista de toda la sociedad, esa eliminación de impuestos que favorece a los más ricos es injusta y genera inequidad y a la larga inestabilidad. La riqueza extrema y la pobreza extrema son los detonantes de toda explosión social.
Lo más importante, sin embargo, es que sin estos impuestos se acentúa la desigualdad. El propio FMI ha señalado en varios estudios que la desigualdad afecta el crecimiento económico. Un factor más que pocos notan es que, al suprimirse estos impuestos, se estaría atacando el principio de equidad territorial, según advierte un reciente artículo de Fernando Cordero (“Reducción de impuestos: Un ‘martillasso’ contra los GAD”).
Si llegara a concretarse la supresión de los impuestos en cuestión, se reducirían de forma considerable los ingresos permanentes de los GAD (gobiernos autónomos descentralizados), es decir, de los tres niveles de gobierno local: provincial, cantonal (municipios) y parroquial. Si llegara el candidato banquero al poder, los más golpeados serían los municipios y distritos metropolitanos. Hasta los municipios de Quito y Guayaquil se verían afectados y tendrían que recurrir al aumento del impuesto predial, por ejemplo. Pero un municipio mediano estaría obligado a recortar programas, peor uno pequeño.
El feriado tributario acabaría en una recesión similar a la de 1999. En resumen, Lasso es retroceso. (O)