Comenzó con un video en Facebook que se volvió “viral” (neologismo que significa de rápida difusión). Esto es lo grave: que un efímero mensaje en las redes desate una guerra. Los mensajes desechables causan guerras de 30 minutos o de 30 días. La entrevistada era una muchacha venezolana, que encontró refugio en Ecuador. La joven se refirió a los ecuatorianos como que son “feos… y parecen indios”.
Las reacciones no se hicieron esperar. Facebook se llenó de improperios contra los venezolanos. En primer lugar, lo de “indios” sonó a racismo y no faltó quien tildara de “mulatos” a los venezolanos. Primer error: responder al racismo con racismo. No faltaron las voces serenas: venezolanos que ofrecían disculpas y ecuatorianos que llamaban a la calma. Cuando las aguas parecían descender, una presentadora venezolana de cierto canal de la televisión ecuatoriana pronunció en directo otras torpes burlas contra los ciudadanos de este país.
La ola se convirtió en un tsunami de xenofobia. Por suerte tenemos el alma noble de Tartarín de Tarascón (el cazador de la imaginación) y la reacción no pasó de las palabras. También hubo más disculpas y una serie de respuestas humorísticas; casi todo en redes sociales, aunque el suceso se internacionalizó y la embajadora venezolana en Quito pidió disculpas. Pero una próxima vez puede explotar la violencia, si es que no reflexionamos en lo sucedido.
Ecuador tiene una larga tradición de país hospitalario (sin que esto signifique ausencia de puntos de tensión) y no olvidemos que nuestro primer presidente fue un venezolano. Desde 1830 hemos abierto las puertas a refugiados de todo el mundo. Como Guayaquil era la entrada al país antes del desarrollo de la aviación, allá llegaron después de 1900, sirios y libaneses (entonces ciudadanos de Turquía), catalanes, italianos, chinos y más.
Hasta 1944 vinieron al país unos 5.000 judíos europeos, cuando casi nadie los quería. Más españoles llegaron en esa misma época, huyendo del hambre o del franquismo, sinónimos en esos años. Desde 1973 muchos chilenos vinieron al Ecuador, huyendo de la dictadura sangrienta de Pinochet. Después vinieron colombianos, huyendo de la violencia; hasta ahora Ecuador mantiene a miles de refugiados colombianos. Motivos económicos trajeron en los últimos 10 años a más colombianos, a peruanos y a cubanos. La última oleada de extranjeros que alcanzan nuestras tierras viene de Venezuela, país encendido por la violencia y la intervención.
En la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado muchos ecuatorianos forjaron sus vidas en Venezuela, por entonces un país ya con abundancia petrolera.
Recordemos quiénes somos y no olvidemos que nosotros también fuimos refugiados, tras el feriado bancario de 1999. Tampoco podemos borrar de la memoria a quienes ocasionaron la peor crisis financiera y social del país. También sufrimos discriminación en España y en Italia, y ahora en Estados Unidos. Si fuimos expatriados, hemos saboreado el pan amargo del destierro.
Pese a las opiniones cargadas de ignorancia y prejuicios de la joven y de la presentadora de TV, las personas ecuatorianas no pueden dejarse arrastrar por el odio. Debemos evitar que los muros y barreras levantados en el Norte para bloquear la migración y discriminar seres humanos, se repliquen en el Sur. (O)